Homenaje a un noble militar
La noche del sábado del 26 de noviembre de 1977, dos miembros de la banda terrorista de ETA asesinaron al comandante Joaquín Ímaz Martínez, jefe de la 64.ª Bandera de la Policía Armada y de Tráfico de Pamplona. El atentado se produjo a las 22:15 horas. Acababa de dejar a sus amigos, compañeros de la partida de chinchón que solía reunirles el sábado por la tarde en el casino Eslava de la pamplonica plaza del Castillo. Ímaz iba a recoger su automóvil, un Renault 10, aparcado junto a la plaza de toros. Dos terroristas se aproximaron por la espalda y le dispararon nueve tiros. Murió en el acto.
Ímaz se sentía amenazado y había predicho que lo matarían a traición. No quería llevar pistola porque decía que sería inútil, ya que lo asesinarían por la espalda. Tampoco quiso aceptar la protección que ofrecía el servicio de escolta, para no exponer a otros compañeros.
Nuestro Ímaz era navarro por los cuatro costados. Hijo de Gerardo Ímaz Echavarri, capitán de la VI Bandera de la Legión, muerto en combate en la Guerra Civil, a raíz de la toma de Bargas (Toledo), el 3 de octubre de 1936, y nieto de Felipe Ímaz Echavarri, veterano y mutilado de la Guerra de Cuba. Por parte de madre, era hijo de Carmen Martínez Úbeda, navarra claro está, y nieto de José Martínez Morea, natural de Oteiza, notario y exconcejal del Ayuntamiento de Pamplona. Dos de sus tíos maternos, Jesús y Guillermo, también murieron combatiendo en la Guerra Civil. El primero, en Somosierra, como requeté de la Columna García-Escámez, y el segundo, en la batalla del Ebro, como cabo en la 22.ª Compañía de la Legión.
Joaquín siguió la vocación familiar y con 19 años ingresó en la Academia General Militar. De teniente estuvo destinado en el Batallón de Montaña Antequera 12, de guarnición en Jaca, y de capitán, entre otras unidades, en el Tercio Sahariano Don Juan de Austria, VII Bandera destacada en el Aaiún (Sahara), y en varios regimientos de Infantería como el de Cazadores de Montaña Barcelona 63 (Berga), el Garellano 45 (Bilbao), así como en el América 66 de Pamplona, heredero del América 14, emblemática unidad navarra en la que habían servido su abuelo, su padre y sus tres tíos, también oficiales de Infantería.
En 1973, al ascender a comandante, Ímaz volvió a la Policía Armada como jefe de la 63.ª Bandera, de guarnición en San Sebastián. La vía del nacionalismo vasco independentista, que eligió el terrorismo como medio de conseguir sus objetivos a través de la ETA, había estrenado, hacía cinco años, su historia de muerte. En Guipúzcoa todavía no había matado a nadie, limitándose a cometer atentados contra cosas y personas. Ímaz consiguió desarticular en San Sebastián a parte de la banda. Coordinó y dirigió la captura de 14 etarras, responsables de atentados con explosivos y de varios robos a mano armada.
En 1974 fue destinado a Pamplona. Su vil asesinato, tres años después, conmocionó esa tranquila ciudad. El funeral, al que asistieron 2.000 personas, se celebró en la parroquia de San Francisco Javier, donde Joaquín y Teresa habían contraído matrimonio.
Dejó viuda a Francisca M.ª Teresa Azcona Hidalgo, también de ascendencia navarra, y huérfana, a Carmen, su única hija, que iba a cumplir ocho años y estaba preparándose para hacer la Primera Comunión. Teresa Azcona quedó destrozada, al igual que la madre del comandante, que todavía vivía, Carmen Martínez Úbeda, viuda de guerra, como se ha indicado. Ella declaró a la prensa:
«Joaquín era muy patriota. Serio y formal. Muy pamplonica y muy amante de la familia. Llevaba una vida muy sencilla, le gustaba la música y, sobre todo, las tertulias en el casino. Los domingos iba a misa de once a los Carmelitas. Era la misa que más a gusto oía. Solía ir siempre con Carmen, la nena».
Joaquín fue el primero de las 42 víctimas mortales que ETA ha causado en Navarra. Con él se inició un ciclo de sangre y, también, de exclusión que, de manera más o menos soterrada, dependiendo de los lugares, parte de la sociedad navarra ha ejercido contra los servidores del orden público y sus familias.
En el caso de la familia Ímaz Azcona, a pesar de ser navarros y de vivir en Navarra, la muerte del padre inauguró un período de incomprensión y recelo. Carmen hija no pudo celebrar la Primera Comunión con sus amigas del colegio. Lo hizo sola, acompañada de los policías y sus familias, en la capilla del cuartel de Beloso en abril del año siguiente. Recuerda con nitidez lo vivido:
«Nos marchamos porque la sociedad de entonces no era como la de ahora. La gente tenía miedo de estar contigo o cerca de ti. Nos mudamos a casa de mi abuela, a la calle Olite. Cuando mi madre se acercaba al mercado a hacer la compra, veía que los vendedores simulaban otra actividad y se daban la vuelta para no atenderla…».
La familia emprendió una nueva vida lejos de aquella tierra navarra, su tierra. La madre, Carmen Martínez Úbeda, no quiso exiliarse.
Sirvan estas líneas como recuerdo y homenaje a un noble militar, muerto en servicio a España, y cuya memoria no debe ser perdida ni mancillada.