El trípode del domingo

11 de febrero, la Virgen de Lourdes

Pese a las reiteradas peticiones de Bernadette para que le dijera quién era, no será hasta el 25 de marzo, en la fiesta de la Encarnación, cuando se identificará como la «Inmaculada Concepción».

Lourdes es sin duda una de las mariofanías o revelaciones marianas más importantes de la bimilenaria Historia de la Iglesia. Se conmemora cada 11 de febrero, que es cuando en 1858 se produjo la primera de las 18 apariciones de la Virgen María a Bernadette Soubirous, una sencilla muchacha de 14 años muy humilde, como suelen ser los instrumentos elegidos por Ella para transmitir su mensajes a la Iglesia y a toda la humanidad. Se produjeron desde esa fecha hasta el 16 de julio, fiesta de la Virgen del Carmen, en la gruta de Massabielle, ubicada a las afueras de la localidad francesa de Lourdes, en la orilla del río Gave, cerca de la frontera del sudoeste con España. Pese a las reiteradas peticiones de Bernadette para que le dijera quién era, no será hasta el 25 de marzo, en la fiesta de la Encarnación, cuando se identificará como la «Inmaculada Concepción».

Merece ser resaltada esa denominación por dos razones. La primera es que cuatro años antes, el 8 de diciembre de 1854, el Papa beato Pio IX había proclamado solemnemente como «verdad divinamente revelada» el que sería el tercero de los cuatro Dogmas marianos. Pareciera así que el Cielo hubiese querido refrendar con su aparición y afirmación lo ya proclamado en el Dogma Inmaculista y destacar, si cabe aún más, la trascendencia de esa verdad.

Otro aspecto a destacar es que María no se identificó como la «concebida sin pecado», sino como la esencia de dicha gracia. Debe ponerse esta singular mariofanía en el contexto de las sucedidas en Francia en el siglo XIX, con posterioridad a la Revolución que descristianizaría intensamente a la nación considerada como la «fille ainé de l’eglise» (la hija primogénita de la Iglesia), como la definieron sucesivos papas. A Lourdes le precedieron las apariciones de María Milagrosa (la Inmaculada) en la Rue du Bac de París en 1830 y la Salette en 1846; y le siguieron Pontmain en 1871 y Pellevoisin en 1876. En todas ellas el mensaje fue el de un llamado urgente a la conversión de sus hijos, y ayudas muy singulares a Su Hija primogénita atacada con fuerza por el maligno y sus seguidores tras la Revolución de 1789. La Revolución de Julio de 1830, la guerra franco prusiana de 1870 y las dos Guerras Mundiales, serán el precio a pagar por no atender los pedidos del SCJ y sí los del «Príncipe de las tinieblas». El agua de Lourdes cura los cuerpos y sana las almas de los millones de peregrinos que allí la veneran. Hablaremos de Can Cerdà, el «Lourdes de Barcelona».