
Los puntos sobre las íes
Sánchez siempre con los terroristas
Lo que le ponen son las autocracias cuando no las dictaduras puras y duras
Practicar la democracia consiste en algo más que largar una perorata o soltar unas bonitas palabras acerca de este sistema político que, como insistía el más grande, Churchill, «es el peor de todos exceptuando todos los demás». Nuestra generación, especialmente los más jóvenes, deben tener meridianamente claro que la libertad no es un derecho adquirido, eterno, en absoluto un regalo, sino algo que hay que pelear día a día. Cómo será de grave la coyuntura que las que ahora la jerga izquierdista denomina democracias liberales, las democracias de toda la vida, son menos en cantidad y en calidad que hace 25 y 50 años.
Desgraciadamente, el fenómeno que arrasa son las autocracias, una suerte de dictaduras con apariencia de democracia, con elecciones, sí, pero totalmente amañadas porque siempre gana el mismo y porque la alternancia no pasa de ser una quimera. Casi el 40% de la población mundial, es decir, 3.100 millones de personas, vive en regímenes autocráticos. De los casi 200 estados que hay en el mundo sólo una treintena pueden considerarse democracias totales. Pues eso, que la libertad va en retroceso cuando lo normal en pleno siglo XXI sería exactamente lo contrario. Al Sánchez que pregunta matonilmente «¿de quién depende la Fiscalía?» y que cataloga a la prensa libre como «pseudomedios» lo que le ponen son las autocracias cuando no las dictaduras puras y duras.
Por sus obras y por su foto este lunes en Chile acompañado de lo mejor de cada casa le conoceréis: le flanqueaban Gabriel Boric, que llegó al poder tras poner violentamente patas arriba su país, el brasileño Lula, condenado por cobrar comisiones de Petrobras y luego exonerado por un juez amigo, y el colombiano Petro, un antiguo terrorista metido a presidente al que le pirra ese otro producto colombiano que no es precisamente el café. Este último pájaro fue dirigente del M-19, una banda terrorista que cuenta en su haber con cientos de muertos. Sólo en el asalto al Palacio de Justicia de Bogotá en 1985 asesinaron a 101 compatriotas.
Nuestro caudillo, que ya pasa más tiempo fuera de España que dentro por miedo a las críticas y a los abucheos, viajó de Santiago a Montevideo para rendir homenaje a otro que tal baila: José Mujica, un malnacido que presidió Uruguay tras haber militado durante años en los Tupamaros, una organización criminal que sembró el terror a caballo de los 60 y los 70 en Argentina y Uruguay. El propio Mujica acostumbraba a secuestrar rivales políticos y a pegarles tiros.
Lo mismo, por cierto, que Arnaldo Otegi, ex número 1 de ETA y ahora convertido en el más leal socio de gobernabilidad del Gobierno. Conviene recordar por enésima vez que ETA quitó la vida a 12 militantes socialistas, hecho incontrovertible que no impidió al marido de la tetraimputada Begoña Gómez echar mano de sus votos para sacar adelante la moción de censura que robó el poder a Rajoy en 2018. Sin Bildu, que estrictamente es ETA, nuestro todavía primer ministro no volaría hoy día en Falcon, no viviría en el Palacio de La Moncloa ni veranearía en la Residencia Real de La Mareta.
Antaño Felipe González se rodeaba de demócratas de pura cepa como Helmut Kohl, Willy Brandt, François Mitterrand, Olof Palme o esa Margaret Thatcher con la que mantenía excelentes relaciones pese a su antagonismo ideológico. Gente, todos ellos, honorables. El actual secretario general socialista prefiere a dos asesinos, uno vivo (Petro) y otro muerto (Mujica), un ladrón (Lula) y un comunistoide fan del terrorismo callejero (Boric). Y no se fotografía con Maduro, Ortega o Díaz-Canel por el qué dirán. Conclusión: cada día da más miedo.
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