Opinión
Tirón cainita
El último episodio de lo que va quedando del «procés» (en Cataluña parece que casi todo mira al pasado), con el intento declarado de Puigdemont en ser investido presidente de la Generalidad por el Parlamento, ha traído varios asuntos interesantes. Aparte de las rupturas y los dramas que el «exiliado» en Bélgica está provocando en el nacionalismo, está el cambio de estrategia del Gobierno, forzado por la situación a tomar una decisión que no podía esperar, como hasta ahora, a la realización del hecho delictivo. El gobierno debía de saber mejor que nadie que era un paso arriesgado, y que de fracasar sería entendido como una victoria nacionalista. Al asumir la responsabilidad, señala la voluntad declarada de Rajoy y su equipo de conceder a los nacionalistas las menos oportunidades posibles.
También ha permitido al Tribunal Constitucional demostrar, una vez más, su disposición a salvar aquello sin lo cual el propio Tribunal deja de tener sentido, como es el crédito de las instituciones. Ante el flagrante fraude de ley que se iba a cometer en Barcelona, las condiciones que el Tribunal pone a la investidura de Puigdemont hacen imposible su elevación a los altares del martirologio nacionalista, al menos como presidente de la región autónoma. Ha sido una gran lección de inteligencia jurídica y política, a la altura de lo que debe ser el Constitucional.
A cambio, también se ha podido comprobar que una parte relevante de la opinión pública, o publicada, se encuentra a la expectativa de un traspié del gobierno, aunque sea a costa de proporcionar una victoria al nacionalismo. Por un momento se abrió la posibilidad no de criticar al gobierno por sus decisiones pasadas, sino de que la decisión tomada estuviera equivocada. La cantinela de la inacción dejaba paso a algo más sustancioso, capaz de reunir un coro de voces muy diversas. Así que fue creciendo una excitación cada vez más intensa, ampliamente compartida. Era de esperar que el levantamiento nacionalista hiciera estragos en la vida española y diera pábulo a las peores pasiones políticas. Sería conveniente, para la próxima vez –que la habrá–, mantener al menos las formas. También se entiende mejor la voluntad del gobierno de preservar el consenso. El tirón cainita ha vuelto a hacerse presente en la sociedad española.
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