Opinión

Turismo rural

Un cielo estrellado, en el que se distingue con nitidez el Camino de Santiago. Una antigua casa de piedra, con vigas de madera, una chimenea en el salón con la lumbre encendida, una pequeña biblioteca selecta, una alcoba con olor a membrillo y una cama de hierro del siglo XIX debidamente ampliada y reformada para que los muelles no hagan ruido, equipada con sábanas de la abuela y un colchón moderno y confortable. Un silencio total, sólo interrumpido por el ladrido lejano de algún perro callejero... Despertarse con el canto del gallo en el corral cercano. Un desayuno confortable con leche recién ordeñada, miel de las colmenas del pueblo, rebanadas de pan de leña con aceite, huevos del nidal, mermeladas naturales y, si se tercia, un buen bizcocho casero. Pasear por las calles empedradas saludando a los vecinos y oír, alejándose, el tintineo de los cencerros de las ovejas. Volver a escuchar el sonido de las campanas. Sumergirse después en la Naturaleza, a caballo o a pie, por los senderos del monte aspirando el olor de los sabinos, del cantueso, del espliego o de las estepas. Meterse en el hayedo, el pinar o el robledal. Escuchar el rumor del agua del arroyo y aprender a distinguir el canto de los pájaros.

Esta es una estampa típica, y acaso tópica, del turismo rural, que se ha convertido en uno de los fenómenos sociales del siglo XXI entre nosotros, un fenómeno relativamente nuevo, que arrancó hace mucho tiempo en los Alpes y en la Provenza. Las guías anuncian: casa antigua rehabilitada y con encanto, escapada, tranquilidad, lugar acogedor y silencioso, agroturismo, ecoturismo, entorno natural armonioso, artesanía local, alimentos de cosecha propia o de la comarca, riqueza histórico-cultural y trato cercano y familiar. Esto es lo que se pregona, aunque no se cumpla siempre. Es, desde luego, una forma distinta de volver al campo, de retornar al pueblo o de descubrirlo por primera vez. Las casas rurales han proliferado en los últimos tiempos gracias a las ayudas europeas. Existe mucha variedad y no poca anarquía. Ni siquiera hay acuerdo entre las distintas regiones sobre las señales que califican la calidad de los establecimientos. Los promotores se quejan de falta de impulso institucional, que prefiere volcarse en el turismo masivo de sol y playa, que reluce más las estadísticas. En España hay más de 15.500 alojamientos rurales, en los que se hospedaron el año pasado tres millones largos de viajeros. Casi no hay pueblo o aldea en la España interior en que no se haya abierto en los últimos diez años una casa rural. Es casi el único signo esperanzador de la España vacía.