Opinión
Hasta aquí, Puigdemont
La perfomance con la que Puigdemont lleva amagando desde que el independentismo ganara las elecciones ha muerto. Ya casi no queda nadie que defienda la investidura a distancia, salvo algunos holligans que se arremolinan, con miras a sus propios intereses, alrededor del cadáver político más activo de la política catalana. Los chicos y las chicas de Puigdemont se las prometieron muy felices. Ganaron, contra pronóstico, en su pugna con ERC y se aprestaron a someter a un partido republicano desorientado, sin líder, y sumido en un profundo desquiciamiento.
Los republicanos en retirada sólo pedían árnica en forma de una solución que permitiera llevar a Puigdemont a los altares. Pasaban los días y la solución no llegaba. Las imaginativas fórmulas no convencieron al presidente del Parlament, Roger Torrent, que quería estabilidad, no pringarse en un proceso judicial y no empeorar la situación de Oriol Junqueras en prisión, ni las de Raúl Romeva, Carles Mundó o Carme Forcadell, en libertad bajo fianza.
La tropa de Puigdemont envalentonada propuso que el discurso lo leyera un diputado en sustitución del “amado líder” que buscaba residencia en Bruselas. No cualquier cosa, claro, porque el cargo de “presidente en el exilio” requería de boato y cohorte. La propuesta no convenció. Los holligans se movieron entonces a favor de un cambio de la Ley de Presidencia. Tampoco cuajó porque como dice un dirigente independentista “el tema no era que Puigdemont fuera investido y que a los cinco minutos el Constitucional derogara, la investidura nunca quedaría inscrita en el diario oficial y no asistieran a la misma los letrados, y ni siquiera los ujieres”.
El empecinamiento por la perfomance no cuajaba y sólo vislumbraba un horizonte de más problemas judiciales para los implicados y, sobre todo, “la permanencia de un 155 que secuestraba las instituciones”. El hartazgo cundía en el mundo independentista y Joan Tardà, un líder respetado en ERC y con predicamento en el conjunto de las formaciones secesionistas, lanzó el primer dardo “sacrificar a Puigdemont”. Fue linchado en las redes sociales y las “ocurrencias imaginativas” volvieron a primer plano sin que Roger Torrent cediera un ápice y el 155 no sólo siguiera vigente, sino que el Gobierno de España anunciaba que iba a mover pieza y gobernar.
“El tiempo de las astucias ha acabado”, decía ayer un alto cargo del gobierno que no ha sido cesado por el 155. En Junts per Catalunya no se daban por vencidos y “prolongaban la agonía” dando vueltas a una investidura de juguete que colmara los deseos de Puigdemont. ERC volvió a plantarse. Aceptaban ser partícipes de chirigotas en Bruselas, resoluciones patrióticas en el Parlament, pero marcaron su hoja de ruta: presidente efectivo, plan de gobierno y estructura del nuevo ejecutivo. ERC se quitó de encima su tradicional sumisión a los convergentes, y a los postconvergentes, y plantó cara porque “la valentía de esta legislatura es hablar claro a la gente y perseguir como vital recuperar las instituciones de autogobierno y desmantelar el 155”.
El club de fans, residente en Waterloo, sigue negando la mayor, pero su defensa empieza a hacer aguas. Hasta sus compañeros de aventura, el PDeCAT ha movido pieza y reclamar un gobierno estable dentro de la legalidad. Marta Pascal lo verbalizó poniendo letra a la música que suena en un partido que se siente marginado, menospreciado y humillado por los palaciegos de Puigdemont. La nueva Convergència se ha hartado de estar callada. Vienen tiempos complicados con citaciones judiciales que requieren de movimientos políticos reconociendo, en primer lugar, el fracaso del proceso que acabó en una declaración de independencia de pandereta. El independentismo no renunciará a sus objetivos, evidentemente, pero ya son muchas las voces que reclaman una nueva estrategia y una nueva vía para afrontar una situación que está anquilosada por las aspiraciones de gloria de un Puigdemont en Bruselas que antepone sus intereses a las del país. El 8 de octubre los catalanes no independentistas dijeron “hasta aquí”. Ahora, parece que ya hay una mayoría de independentistas que se suman al coro. La incógnita es hasta cuando Puigdemont y su grupo de resistentes pondrá los pies en el suelo.
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