Opinión

Libres

La puesta en libertad de los cuatro políticos catalanes presos contribuiría a serenar el clima social en Cataluña y ayudaría a desbloquear la situación política con la formación de un Gobierno razonable. Los cuatro de la banda, Oriol Junqueras, Joaquim Forn, Jordi Sánchez y Jordi Cuixart, llevan casi cuatro meses a la sombra, acusados de graves delitos. El juez Pablo Llerena, instructor del sumario en el Tribunal Supremo, debe de tener poderosas razones jurídicas para prolongar tanto tiempo la prisión preventiva. Desde fuera, sin embargo, no acaba de verse claro cuáles son esas razones para privarles tanto tiempo de libertad sin haber sido juzgados. Se les puede poner en la calle con una fuerte fianza y medidas cautelares. A estas alturas ni van a destruir pruebas ni van a intentar fugarse –ya han demostrado su sometimiento a la Ley y a la Justicia– ni van a reincidir en el delito por la cuenta que les tiene. Así que sería un respiro para ellos y para todos abrirles ya la puerta de la cárcel de Estremera y de Soto del Real y mandarlos provisionalmente a casa, donde les esperan ansiosos los suyos, que son los que más están sufriendo las consecuencias. Si yo tuviera que darle al juez Llarena una razón adicional para este ruego estrictamente humano, le recordaría el consejo de Don Quijote a Sancho antes de hacerse cargo de la ínsula Barataria: «No cargues todo el rigor de la ley al delincuente, que no es mejor la fama del juez riguroso que la del compasivo». Esta liberación, aparte del alboroto momentáneo de los del lazo amarillo, serviría para engrandecer ante la masa social del independentismo la figura de los cuatro liberados, y ridiculizaría la del fugado Puigdemont, cuya cobardía contrastaría con los que han hecho frente a la adversidad con notable dignidad y valentía. Eso no les libra a estos, por supuesto, de dar cuenta, cuando llegue el momento, de sus actos presumiblemente delictivos por los que llevan en la cárcel desde el 2 de noviembre del año pasado. Su puesta en libertad ayudaría también a contrarrestar la campaña que llevan a cabo en Bruselas y Ginebra contra el funcionamiento del Estado de derecho en España. Sin comulgar, sino todo lo contrario, con la actitud de una parte notable del clero catalán respecto al nacionalismo secesionista, me parece razonable y cristiano el interés humano de los obispos catalanes a favor de la liberación de los encarcelados. Dice Epicuro: «El mayor fruto de la Justicia es la serenidad del alma». Es la que le deseo, en este trance, al juez del Tribunal Supremo.