Sin Perdón

Puigdemont coloca a Sánchez al borde del precipicio

«La estrategia de Sánchez se sustenta en la peregrina teoría de que su interlocutor va de farol, ya que no tiene otra alternativa que apoyarle»

Me gustaría saber quién le engaña a Sánchez con el tema de Puigdemont, porque camina con paso firme al desastre final. La realidad es que no es difícil entender lo que quiere el expresidente catalán, ya que se expresa con gran claridad. Otra cuestión distinta es que sus negociadores no sepan negociar o no sean capaces de interpretarle. La realidad objetiva es que el líder del PSOE no sería un buen director de personal si nos atenemos a que su trayectoria se caracteriza por elegir, salvo excepciones, a los más mediocres, aunque es cierto que le profesan una fe ciega. En otros aspectos es más espabilado. Su carácter implacable le ha hecho sobrevivir y alcanzar la presidencia del Gobierno. Puigdemont no va de farol. Nunca lo ha ido. El problema es que los medios de comunicación sanchistas, cuyo peso es enorme, se pasaron años caricaturizándole. En aquel entonces, el objetivo del presidente del Gobierno era destruirlo política y personalmente, como al resto de dirigentes del procés, pero las tornas cambiaron cuando se convirtió en un socio preferente. La legislatura depende de él. A la izquierda política y mediática le interesa que se agote, ya que nada bueno puede esperar ante un adelanto electoral que llevaría a Feijóo al Gobierno.

No hay que ser un fino analista para interpretar qué se esconde detrás de este fervoroso apoyó a Sánchez. Hasta que llegó a La Moncloa era despreciado por los productores, empresarios de comunicación, columnistas y periodistas que ahora conforman su corte mediática. En aquellos tiempos no le veían ningún mérito y consideraban que no tenía ni preparación ni formación. Es un secretario general de tránsito. No voy a entrar en las descripciones físicas que consideraban, jocosamente, que eran su mayor mérito. En cambio, ahora son firmes condotieros que glosan sus virtudes como si fuera un titán que se enfrenta a la derecha. La respuesta a este fervor es algo tan antiguo como el dinero y los cargos. Por eso, Puigdemont era malo, luego fue bueno y ahora está pendiente de calificación hasta que se rinda ante el inquilino de La Moncloa.

A pesar de los patéticos viajes a Suiza de los dirigentes socialistas para rendir pleitesía a Puigdemont y su equipo, la realidad es que la situación está muy cerca de la ruptura. La estrategia de Sánchez se sustenta en la peregrina teoría de que su interlocutor va de farol, ya que no tiene otra alternativa que apoyarle. A priori no existe, es verdad, la posibilidad de una moción de censura, aunque el Congreso de los Diputados cuenta con una clara mayoría de centro derecha. Los hagiógrafos del sanchismo, que son una legión, se refieren a la mayoría progresista. Es cierto que existe, pero no es de izquierdas. No hay nada menos progresista y más regresivo que Sánchez y sus aliados comunistas, antisistema y herederos de ETA. Nadie en su sano juicio puede considerar que Otegi sea progresista. Lo mismo se puede decir del comunismo, que es una ideología que ha provocado auténticos genocidios en los países que ha gobernado. No existe ningún país en el que hayan conseguido el poder que no hayan vulnerado sistemáticamente los derechos humanos. No hay que comprar esa basurilla ideológica de que el PCE y otros partidos similares no tienen nada que ver. Es que, simplemente, no han tenido la oportunidad de conseguir el poder, aunque en España tenemos el precedente de lo que hicieron durante la Guerra Civil.

Al PSOE le gusta inventar relatos y Sánchez es un consumado maestro. Lo suyo es la propaganda y hay que reconocer que le ha ido muy bien. No gana elecciones, pero consigue mantenerse en el poder porque la izquierda mediática se dedica a estigmatizar al centro derecha mientras alaba a esa caterva de socios poco recomendables que rodean al inquilino de La Moncloa. No hay más que ver cómo defienden a la familia presidencial y minimizan la corrupción sistémica del PSOE. No han llegado al extremo de exonerar a Ábalos, pero poco les falta. Es bueno recordar lo sucedido con los ERE. Ahora se sienten muy orgullosos de los autores intelectuales y políticos de una actuación corrupta que sirvió para enriquecer a unos desaprensivos y comprar voluntades en un ejercicio de escandaloso caciquismo electoral. Por tanto, Ábalos no tiene que desesperar y es posible que le acaben aplaudiendo en algún congreso del PSOE.

La última reunión entre los correveidiles de Sánchez con los dirigentes de Junts fue tensa. El resultado ha sido tan negativo que no hay fecha para la siguiente. En el sistema de terror político que existe alrededor del líder del PSOE no estoy seguro de que le cuenten la verdad, ya se sabe que no hay que perturbarlo con malas noticias. Los veo capaces de asegurarle que acabará entrando en el redil, ya que no se puede aliar con el PP y Vox. Por supuesto, Puigdemont no dará gratuitamente sus votos a una moción de censura. Otra cuestión distinta es que no habrá presupuestos y el Gobierno sumará derrota tras derrota en el Congreso de los Diputados. La legislatura estará acabada, aunque la fecha en el acta de defunción la tendrá que poner Sánchez. Por tanto, la única opción que tiene es perseverar en la senda de la humillación, atacar al PP, la fachosfera y los jueces para desviar la atención y cambiar radicalmente su forma de abordar la relación y los compromisos con Junts. Es algo tan sencillo como darles todo lo que le pidan. Es un dilema irresoluble, porque Puigdemont no votará esos excéntricos disparates de Sumar y Podemos. En el caso de los primeros tampoco es complicado, porque son fieles vasallos de Sánchez, ya que quieren seguir en el Gobierno. Por tanto, ahora le toca ser obediente, aceptar las humillaciones y rendirse con armas y bagajes a su odiado Puigdemont.

Francisco Marhuendaes catedrático de Derecho Público e Historia de las Instituciones (UNIE).