Opinión

Los Idus de Marzo

Escribo el día de los Idus de Marzo. El recuerdo de Julio César me lleva instintivamente hasta el fugitivo de Waterloo. Me ha parecido ver brillar los puñales bajo las «esteladas», cuando en Madrid apunta la primavera, que este año, con tanta borrasca, viene algo retrasada.

En mis Tierras Altas la primavera llega más tarde y es más breve. Aún tardarán a florecer allí los bizcobos, los endrinos y los calambrujos. Marzo, que tiene fama de traidor, tan pronto frío como calor, se despedirá con algún nuevo algarazo y dejará su firma blanca en las umbrías, en las barranqueras y en la sombra helada de los ribazos. El viento bramará en el monte y agitará las ramas desnudas de los robles, haciendo verdad el refrán más repetido de que marzo ventoso y abril lluvioso sacan a mayo florido y hermoso. Pero para eso aún falta un rato. Si tal como está el astro te aventuras a echarte a los caminos, te recomiendo que no dejes en casa el tabardo y el tapabocas. Difícilmente tropezarás con un chozo o un arriero ni, en los tiempos que corren, con una yunta binando la tierra para sembrar los tardíos. Pero me estoy distrayendo.

Decía que estoy escribiendo en los Idus de marzo, unos días antes del equinoccio de primavera. Y digo que, si Carles Puigdemont no viviera abstraído, ajeno a lo que pasa, si no estuviera en babia, se tentaría la ropa observando las señales inquietantes que salen de sus círculos cercanos. Dicen que, por su culpa, «los cuatro magníficos» de la banda siguen en la cárcel y que, con su comportamiento, está impidiendo el restablecimiento del Gobierno autonómico en Cataluña y poniendo en peligro el negocio. Un rumor sordo recorre los cenáculos. Hasta no hace mucho, se le echaba de menos; ahora empieza a estorbar. De héroe a villano hay un paso. También Julio César estaba alegre y confiado el día de la conspiración. El adivino le había advertido: «¡César, cuídate de los Idus de marzo!». Cuando César iba aquel día camino del Senado se encontró de nuevo con el adivino en la calle, se acercó a él y le dijo riéndose: «Los Idus de marzo ya han llegado». Y el adivino le replicó: «Sí, pero aún no ha acabado el día». Horas después Julio César caía abatido por los puñales de los conjurados. Fue entonces cuando, herido de muerte, le dijo a Bruto: «¿Tú también, hijo mío?». Y no alcanzó a ver la primavera.