Opinión
Chávez rubio
América asiste estremecida al intercambio de coces entre el presidente y los servicios de inteligencia. La gota de arsénico que reventó todo, aunque la pugna viene de lejos, fue un tuit del sábado. Donde Donald Trump celebra la destitución, a menos de 24 horas de jubilarse, o sea, recortándole una pensión ganada en 50 años de servicio público, del subdirector del FBI. «Andrew McCabe DESPEDIDO», escribió el gorila, «un gran día para los hombres y mujeres que trabajan en el FBI: un gran día para la democracia. El santurrón James Comey era su jefe y a su lado McCabe parecía un niño del coro. ¡Lo sabía todo sobre las mentiras y la corrupción en los niveles más altos del FBI!». Poco después un abogado al servicio del presidente rogaba por la pronta destitución del fiscal especial, Robert Mueller, que investiga el Rusigate. Acostumbrado a que el último eructo sea suyo Trump había acusado a Mueller de simpatizar con los demócratas. Ni una palabra respecto al detalle de que fue nombrado director del FBI por George W. Bush. Que no era exactamente un demócrata. Aunque eso sí, poco que ver con el populismo lisérgico del actual comandante en jefe. Por supuesto nadie olvida las humillaciones a las que sometió a su hermano, Jeb Bush, pero carajo, es la guerra. Aparte, los dirigentes republicanos andan demasiado entretenidos en disfrutar las reformas fiscales. Nadie desea provocar la ira de un presidente bocachancla. Con la capacidad de atención de un mono y los espasmos narcisistas de un niño de 5 años. No hay tiempo ni ganas para interesarse por la brutal ofensiva desatada contra el FBI. Allá el sistema y sus pilares. Allá América y la casita en la colina. Allá el prestigio, el currículum, la credibilidad y el ánimo de unos funcionarios y unas instituciones ahogados en el lodazal mental y los obscenos tuits del amigo. Ni un día sin posverdad, guano dialéctico, trolas con espinas e hiperbólicos detritos. La política siempre tuvo enredos, componendas, rincones oscuros, pero si Eisenhower, Johnson, Truman o Roosevelt levantaran la cabeza reconocerían al prototipo de farsante, aspirante a cacique, salvapatrias tiránico, que horrorizaba a Franklin y cía. Quién nos iba a decir que la posmodernidad era esto. Un Hugo Chávez rubio, intercambiable con el sátrapa venezolano, para oprobio de la Casa Blanca y vergüenza del mundo.
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