Opinión
Fanáticos y pasotas
España es percibida desde el exterior como una mezcla de polarización y pasividad. La gente de la Marca España se esfuerza y no pasan desapercibidos los logros del Real Madrid o del Barcelona. Sin embargo, la manera en que unos y otros españoles se comportan causa auténtica perplejidad en los observadores de otras sociedades. El fanatismo es algo especialmente llamativo. Ya sé que todavía hay quien reivindica la Inquisición como una amable ONG, pero, aparte de que esa tesis no se la cree nadie, la gente no acaba de entender cómo millones pueden votar en Europa a un partido que canta las loas de la dictadura venezolana, cómo un grupo de golpistas catalanes se atreve a intentar dislocar una de las naciones más antiguas del mundo o cómo docenas de personajes de cierto nivel político no se han apresurado a dimitir al ser relacionados con la corrupción. Por supuesto, todavía entienden menos el odio sarraceno que se da entre los distintos grupos políticos, la incapacidad de sentarse a discutir para arreglar cuestiones como la salvaje deuda pública creada por Montoro o el azabache futuro de las pensiones. Cuando ya la sorpresa llega al máximo es al ver las redes sociales en España donde no sólo abundan las estupideces mayores –no es patrimonio exclusivo– sino que además se recurre al insulto, a la calumnia y al acoso sin el menor empacho. Esto ya es de por sí bastante grave, pero resulta más llamativo al comparar la atonía social. Sí, un grupo de senegaleses y terroristas de izquierdas incendiaron Lavapiés, pero la mayoría de la población no parece reaccionar ante nada. Da lo mismo que les vacíen los bolsillos con unos impuestos confiscatorios, que les quiten el derecho a educar a sus hijos de acuerdo con sus convicciones, que les estén diseñando un futuro en el que la eutanasia va a ser el comodín del público. Suceda lo que suceda, la mayoría pasa de complicaciones, insulta a algún político mientras sorbe el café y piensa cómo va a pagar las vacaciones, pero, generalmente, no sucede nada más. Por supuesto, podemos insistir en cerrar los ojos y en culpar de todo a la leyenda negra, pero son millones los que piensan que España no está situada al sur de los Pirineos sino del río Grande y como tal se comporta. Como una tierra de fanáticos y de pasotas.
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