Opinión

Sembrar odio

Si no fuera porque hemos asistido, a lo largo de estos meses, a todo un recital de disparates en la vida política catalana, quizá hoy estaríamos en mejor disposición de escuchar las propuestas del ex presidente de la Generalitat. Pero desde que decidió huir, sus declaraciones no han ayudado en nada a la convivencia: ni a sus partidarios ni tampoco a su dividido partido. Y ahora esa crispación ha llegado a la calle y estalla en amenazas y violencia.

La Fiscalía Superior de Cataluña ha abierto diligencias

contra una mujer que señaló en Twitter, el lugar de residencia de la mujer del juez Pablo Llarena. «Hay que difundirlo –dice la susodicha– porque han de saber que no podrán ir por la calle a partir de ahora». Piensa el Ministerio Público que su mensaje puede constituir un delito de amenazas o coacciones. El tuit en cuestión se refiere a Gema Espinosa, «La mujer del hijo de puta de Llarena», que es directora de la Escuela Judicial ubicada en Barcelona. También dice «Cori» –la mujer de los tuits– que ella vive en Sant Cugat del Vallès y que Llarena acude allí a pasar «los fines de semana». Ya el insulto no vale y es preciso señalar el lugar donde vive. A nadie extrañará que la casa del juez en Gerona haya aparecido llena de pintadas amenazantes. «Cori» se autodefine como «sediciosa y tumultuaria» y «muy enfadada». Pero los insultos y acciones son cosa muy conocida en la reciente historia de Europa y del mundo y siempre son cosa de aquellos que siembran para que otros ejecuten.