Opinión

Peregrinaciones

Datos transmitidos por las autoridades de Israel han llamado poderosamente la atención aunque no se les atribuya el valor político que merecen. En un tiempo de extraordinarias dificultades para la convivencia más de diecisiete millones de personas, y en su mayor parte católicos, han pisado en 2017 los umbrales de Jerusalén. Se cumplen de este modo los anuncios lejanos ya que se trata de poner la mirada en ese territorio al que ha podido regresar la nación desprovista de suelo y adversamente tratada durante muchos siglos. Un argumento al que los medios políticos debían recurrir: el acuerdo entre judíos y palestinos pondría en sus manos medios de vida muy fructuosos. La paz es un bien precioso para las dos partes. Y también para quienes desde todos los horizontes de la tierra dirigen la mirada hacia Sion. Recuerdo una de las más singulares circunstancias de mi vida académica. Hace más de cuarenta años pude pasar en Jerusalén los dos días capitales de la Semana Santa. Era ya noche cuando con los míos pude tomar asiento en el huerto de los olivos en donde viven árboles que rompen las murallas del tiempo. Y en la mañana siguiente contemplar la marcha de los visitantes por el vía crucis. Ni se me ofreció una cruz ni se me reclamaron los cincuenta euros que ahora se solicitan. El domingo estaba inmerso en la muchedumbre que en la plaza romana de san Pedro iba a recibir la bendición «Urbi et Orbi» que marca para los cristianos el centro de la Historia. Y era miércoles cuando desembarcaba en Jerusalén para ofrecer ayuda a los restos que según la tradición pertenecen a Santiago el Zebedeo. Y de ponto desperté para recordar las palabras de Dante Alighieri: solo es peregrino el que camina hacia la tumba de Santiago, romero el que va a Roma y palmero quien cruza los umbrales de Jerusalén. También aquí el número de asistentes se ha incrementado y muchos siguen caminando a pie por los últimos senderos. He ahí pues un logro y también una promesa. La paz solo puede ser traída por el amor. Y como Benedicto y Francisco, Papas, nos han recordado recientemente que «Dios es amor». Así lo dejara escrito el hermano menor de aquel a quien vamos a rendir homenaje a Compostela. Siendo Santiago un apóstol de vida breve y primero entre sus mártires se hace difícil para un historiador admitir la tradición de que aquellas reliquias que la estrella permitiera descubrir el año 829 cuando se daban los primeros pasos de la Reconquista y Asturias se hallaba incardinado como pequeño reino dentro de la europeidad que creara Carlomagno. Pero conviene sin embargo dejar en claro las dos dimensiones. Una cosa es comprobar a quién pertenecen las cenizas allí depositadas y otra más positiva es la conciencia que se tiene de los alcances que sobre la persona humana ejerce esta tradición en parte al menos legendaria. Lo importante es descubrir la importancia que para Europa ha llegado a significar. Esto es precisamente lo que buscan peregrinos que proceden de los más diversos países. Compostela es mucho más que una simple suposición destinada a demostrar que Hispania tiene como Roma raíces inconmovibles de fundación y tradición apostólicas lo que permite a sus obispos ejercer funciones que se encuentran en línea inmediata con las que corresponden a Roma. Son muchos los cronistas cristianos que confunden al Zebedeo con aquel otro Santiago cercano pariente de Jesús que había asumido la jefatura de la comunidad de Jerusalén después de la crucifixión, garantizando además las normas que corresponden a la Nueva Alianza. El Breviarium Spostolorum del siglo VII recoge noticias de Didimo y de Teodoreto de Ciro en las que se apunta a la tradición de que los apóstoles se habían repartido la evangelización del ecumene y que en aquella ocasión también recordada por Dionisio el Exiguo a Santiago había correspondido Hispania. Muchas tradiciones legendarias se añadieron después en las que no es necesario fijar la atención. La brevedad del tiempo hace que parezca inaceptable que el apóstol hubiera podido cumplir esta misión. Sin embargo, Beato de Liebana y Beda el Venerable que escriben antes del hallazgo aceptan el resultado positivo porque demostraba que la Iglesia latina se hallaba dotada de dos sedes apostólicas justificando la nueva conformación del ius e introduciendo el curioso nombre de Europa que aún empleamos. Entre las tradiciones conservadas figura una de consecuencias sorprendentes. Martirizado Santiago en Jerusalén, un grupo de sus discípulos encabezados por cierto Anastasio había decidido traer a la Península los restos mortales. Arrastrados por las corrientes marinas tuvieron que llegar a Galicia. Para sorpresa de los investigadores cuando en 1974 se dispusieron excavaciones en el subsuelo de la catedral y se comprobó que había un cementerio y en uno de sus sepulcros se leía un nombre que podía identificarse con Anastasio. No se trata de una prueba pero sí de una sugerencia. Compostela sería dotada desde el siglo XI de facultades que permtían perdonar todos los pecados incluyendo el homicidio y la peregrinación era una de las formas principales de penitencia. Muchos países aceptaron esta norma levantando iglesias tan monumentales como la de Viena. Perdonar. Ahí está uno de los principales recursos del nuevo ius que debía abrir las puertas a la supresión de la servidumbre y la esclavitud así como de la pena de muerte aplicada en caso de homicidio. Quienes hoy hacen aún el largo camino no buscan otra cosa. Descubrir qué es lo que permite a la persona crecer, es decir progresar, que no consiste en simple acumulación de bienes materiales. Tres son los lugares y tres son también las dimensiones.