Opinión
Consejos a Llarena
La víspera del auto de procesamiento contra los diversos protagonistas del procés, y ante la muy cierta posibilidad de acordar prisiones provisionales, el juez Llarena recibía varios consejos del ex presidente del gobierno Felipe González: «Ojalá no se le ocurra meter en la cárcel a ninguno de ellos, por favor. Ya sé que nado a contracorriente, pero ojalá no lo haga porque al independentismo no hay que destruirlo, hay que ganarlo». Es un hecho notorio que el juez no atendió su consejo, los procesó y acordó prisiones provisionales, entre ellas la del que el día anterior había sido candidato a presidente de la Generalidad.
González sabía donde se metía: «En el ambiente de polarización que estamos viviendo es muy difícil decir esto, porque da la impresión de que uno está interfiriendo en la independencia» judicial. Y, en efecto, puede ser así sólo que cuando se habla a un juez profesional ese tipo de interferencias –objetivas, ciertamente–, resultan indiferentes. Como tantas veces se ha dicho en estos días, la Justicia tiene su propia lógica y se desenvuelve al margen de los intereses políticos.
Las relaciones del ex presidente con la Justicia no son para enmarcarlas. Hasta la saciedad me he referido a que fue él quien, en 1985, se apartó del pacto constitucional llevando el gobierno judicial a un modelo politizado que aún pervive. A esto añádanse las presiones nunca desmentidas sobre el Tribunal Constitucional (Rumasa, legalización del aborto) o los años de escándalos que protagonizaron sus gobiernos (desde el GAL hasta el caso Flick) en los que se empleaba como defensa desprestigiar a la Justicia. No, no acaba de metabolizar la idea de la independencia judicial. Y que no le agradamos lo demuestran los disgustos que se llevó con fichajes judiciales como Garzón, Pérez Mariño, Belloch o Robles.
Se explica así que, al terminar un homenaje a Tomás y Valiente, le dijese al entonces presidente de la Audiencia Nacional aquello de «es que no hay nadie que le diga a los jueces lo que tienen que hacer». Pues él sí lo ha hecho y aconsejó a Llarena que no debía adoptar las medidas cautelares «porque al independentismo no hay que destruirlo, hay que ganarlo». Consejos vendo, pero para mí no tengo y habrá que recordar que si el independentismo ha llegado a donde ha llegado ha sido gracias a la conveniencia –unas veces– o a la tolerancia –la mayoría de las veces– de Madrid, gobiernen unos u otros.Y el juez Llarena no se plantea ni destruir ni ganar, simplemente hace recaer sobre sus autores las consecuencias de sus actos y esto en un Estado de Derecho y aplicando el Código Penal de 1995, por cierto, obra de Felipe González. Y más consejos que dio a Llarena: nuestra legitimidad está en ser garantistas, obvio, y me pregunto: ¿es que no se están respetando esas garantías?
Varias reflexiones más de Felipe González, alguna que sí comparto: «Hemos judicializado la política porque como políticos somos inútiles e intentamos que nos lo resuelva alguien, y cuando entregamos la responsabilidad a los jueces, estamos recibiendo la inevitable politización de la justicia». Comparto que si el político asume su responsabilidad quizás la intervención judicial hubiere sido, si no innecesaria, sí mucho menos intensa, pero volvemos a lo anterior porque esos «políticos» no han querido asumir su responsabilidad, lo mismo que ante la corrupción de sus últimos años en el poder, en los que no se depuraban políticamente responsabilidades y todo quedaba a la acción judicial.
Por último, en su opinión, al traspasar la responsabilidad a los jueces se está dando pie a «la politización inevitable de la justicia» y eso tiene un nombre: «Se llama gobierno de los jueces». Discrepo. Hace ya muchos años que eso está respondido, y aparte de que politización de la Justicia fue lo que hizo él en 1985, resulta cansina esa patología de los políticos –que se remonta al siglo XIX– que ven el fantasmón del gobierno de los jueces cuando les recordamos los límites legales a su acción. No, no es el gobierno de los jueces, es el Estado de Derecho y los jueces no intervendríamos si quien gobierna respetase esos límites.
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