Opinión

El hacha y la paz

Por muy invertida que se muestre, el hacha de ETA nunca podrá ser un símbolo de la paz y menos aún una expresión de la verdad, como pretende Koldobika Jauregi, el creador del monumento que acaba de inaugurarse en Bayona a mayor gloria de aquella organización terrorista. Sus epígonos han querido significar en él una supuesta aportación de ETA a la paz en el País Vasco por medio del paripé de desarme que protagonizó hace un año. Ni que decir tiene que lo que se pretende es legitimar una historia de medio siglo de asesinatos, secuestros, destrucción, extorsión y zozobra en los que se plasmó su pretensión revolucionaria e independentista. Es a esa historia infame a la que la izquierda abertzale se remite cuando alude a la paz. Otegi lo ha vuelto a repetir una vez más: «Sectores muy poderosos del Estado español no tienen interés en que la paz se construya». Inmediatamente, sus adláteres en la inauguración de la escultura –que se hacen llamar «artesanos de la paz»– han evocado la dispersión de los presos etarras. De eso se trata, al parecer la paz no es otra cosa que quienes cometieron crímenes abominables en nombre de Euskadi se vean exonerados de su culpa. Mi hermano Fernando, pocas semanas antes de ser asesinado, lo dejó bien claro en el que fue uno de sus últimos discursos: «La paz sin justicia no es paz; la justicia exige que los daños se reparen y, sobre todo, que las condenas se cumplan». Por eso hemos de denunciar el engaño de este monumento.