Opinión

Diplomacia vs. propaganda

El gobierno de Rajoy siempre tuvo sus razones para no dar pábulo a quienes, desde el independentismo y sus aledaños, pretendían internacionalizar el problema catalán. Se trataba de evitar a toda costa la carta de credibilidad a la existencia de un supuesto conflicto a base de remover instancias internacionales. Bastaba pues con autoafirmarse de cuando en cuando con la declaración puntual de apoyo al estado español por parte de algún dirigente extranjero. No parecía repararse en elementos como las opiniones públicas y publicadas fuera de nuestras fronteras cuyo magma de simpatía hacia la causa soberanista iba creciendo sin prisa ni pausa, alimentado por la gota malaya de un estado ilegal que dentro de un estado de derecho destinaba parte de sus recursos a predicar la legitimidad de un pacífico pueblo europeo ahogado en la nación de la leyenda negra.

Parece sin embargo que aquella estrategia pide hoy a gritos un cambio que meta el «turbo» a la labor didáctica y sustituya en nuestro ámbito diplomático algunas pajaritas por el mono de trabajo, visto y comprobado que no había demasiadas razones para subestimar a unos «Diplocat» que han picado piedra inasequibles al desaliento hasta sacar petróleo. Se veía venir. No había más que intercambiar impresiones con periodistas de cualquier lugar de la unión destinados en Bruselas. ¿Cómo pueden ser golpistas y enemigos de la causa europea unos individuos que predican la paz, se mueven por el mundo hablando impecable inglés, llevan gafas de montura moderna, portan lazos en su solapa y van regalando flores? La sustancia de la pregunta tuvo además su espaldarazo en la fecha que ha marcado el antes y el después en esta batalla por el relato, un «1-O» que permitió, gracias al desaguisado que ya nadie niega inocular fuera de nuestras fronteras la gran falacia que mostraba a un estado de dudoso pedigrí democrático oprimiendo a pacíficos civiles. La madre de todas las mentiras.

Paradójicamente, hoy el secesionismo no ha conseguido regresar a la Generalitat pero ha ganado créditos en la carrera del relato exterior y ahí están como muestra las interpretaciones a propósito de la confusa y enmarañada situación de Puigdemont en Alemania. Merkel es una cosa y la opinión pública germana incluida la de algunos jueces puede que sea otra. Razón de más para un necesario «meneo» diplomático explicando y si hace falta pregonando la realidad de un estado tan democrático como el que más, frente al que se levanta un desafío golpista. Labor de fontanería que agradecería algún embajador extranjero en Madrid y exigible por otra parte a nuestra diplomacia exterior, por no hablar de los litros de café por compartir con corresponsales foráneos. A espabilar, que toca predicar.