Opinión

La hora del cambio

Habría sido mejor que la ex presidenta de la Comunidad de Madrid hubiera dimitido cuando se conoció el asunto del máster. Cifuentes se habría ahorrado muchos sinsabores y a su partido, le habría ahorrado un desgaste irreparable. En particular porque, además de los hechos, ha puesto de relieve las tensiones internas del Partido Popular, tensiones entre lo nuevo y lo previo que una vez desveladas empañan su prestigio como partido de gobierno.

Se ha producido por tanto una situación paradójica, con tres características, que comparten el PP en Madrid y el PP a escala nacional. La primera es la excelente situación económica y social, con unos resultados que han permitido dejar atrás la crisis y entrar en un nuevo escenario. De preservarse las condiciones que lo han permitido, nuestro país parece encaminado a una larga etapa de crecimiento y prosperidad, con más empleo del que se había conseguido nunca antes y con equilibrios que le proporcionan una nueva sostenibilidad. Hay problemas, claro está, pero no hay por qué pensar que no se pueden, al menos, encauzar.

Las otras dos características atañen al propio Partido Popular. Una es la frivolidad que lo ha caracterizado desde hace ya bastantes años. Le ha llevado a considerar primero peligrosa, luego indeseable y por fin ridícula cualquier aspiración a proponer un marco inteligible y nacional a la acción política, salvo el mínimo suministrado por un progresismo averiado. Los primeros en alejarse fueron, como es natural, los jóvenes.

La segunda es el enfrentamiento entre el nuevo PP, aquel regeneracionismo que Cifuentes quiso liderar, y el anterior, que podemos llamar aznarista. No es cuestión de inclinar la balanza hacia uno u otro. Se trata de aprovechar el tiempo de reflexión que se abre y la multitud de personas y cuadros que han contribuido a la recuperación de estos años. Y se trata de comprender, además, que un partido como el PP es ajeno al adanismo propio de Ciudadanos. La regeneración, como era previsible, devora a los regeneradores. El PP tiene una historia, encarna una dirección y un sentido para el conjunto del país. Cuando se concentra en sí mismo, se destruye.