Opinión

Amor infinito

El caso de Alfie Evans me provoca serias dudas de conciencia. Por una parte, como madre, no sólo entiendo a los padres del niño y comparto su desesperación, sino que creo que yo misma haría lo indecible por no dejar partir a mi bebé en ninguna circunstancia y que me aferraría a la escueta esperanza de que esa enfermedad incurable, que le obliga a mantenerse enchufado a una máquina de ventilación mecánica para poder vivir, funcionaría para siempre jamás. Pero creo que la responsabilidad del amor debe ir más allá del amor mismo y si es cierto que mantener a Alfie con vida le supone sufrimiento y una situación irreversible que lo alarga, entiendo que los médicos, y en última instancia el juez, deban defender al niño, incluso del infinito amor de sus padres. Las leyes del menor de todos los países se conciben para protegerlo hasta de sus propios progenitores, y eso implica tratar de paliar sus excesos y errores, aunque se cometan por amor. Si los padres pudieran decidir dejando de lado ese amor, su dolor y su religión, deberían hacerlo ellos; pero si el propio amor les ciega y el padecimiento está contrastado, entiendo que el sistema tome las medidas pertinentes.

Igual que aunque un padre mataría al asesino de su hijo para vengarlo por amor y es el Estado quien contiene sus iras y es él quien lo juzga y condena, también es preciso que cuando los sentimientos lo invaden todo, e impiden a un padre reconocer qué es lo mejor para su hijo, la Justicia intervenga en nombre del que no tiene voz y está a expensas del propio, desmedido, y a veces equivocado, amor.