Opinión
Tradición culinaria
Carecemos de personalidad hasta en los fogones, por mucho que nos alaben la tradición culinaria. Ahora leo que en los supermercados están ya vendiendo insectos para llevar a la mesa, y a la que estas líneas suscribe se le pone una cara de asco infinito. Pero ¿qué me están contando? ¿Qué van a poner ahora de moda los grillos, los gusanos o las hormigas culonas? Por ahí sí que no debemos pasar, con la riqueza que hay en nuestros mares, en nuestra ganadería, en nuestros corrales y en nuestras praderas no debemos tolerar la colonización de quienes muestran gusto por algo que jamás se elaboró en las cocinas ibéricas. Las gambas, los camarones, los calamares, los boqueroncitos y los salmonetitos por un lado; las chuletillas de cabrito o de conejo, o los chuletones de buey o vaca vieja; las vainas, los espárragos o las alcachofas; las más variadas setas, los huevos, las criadillas (de tierra o de toro, me gustan ambas). ¡Dios mío!, ¡si tenemos más donde elegir que tiempo para degustarlo! ¿a qué viene ahora llevar a casa todo el bicherío si no lo hemos hecho nunca? Admitimos que somos muy fans de las cocinas internacionales, porque es una cuestión de cultura gastronómica, pero teniendo lo que tenemos en nuestros mercados no hay necesidad de importar nuevas proteínas y nutrientes de productos que consumen en tierras donde tienen más limitada la despensa. Estamos en la moda de los superalimentos donde la «diosa quinoa» o la «absurda chía» nos van a proporcionar una revolución en nuestro físico tan evidente que Dorian Gray va a ser un desgraciado a nuestro lado. No, no, me fío más del diablo que de las modernas teorías que dan el grado de milagroso a productos para pringados. Que se lo crean otros. Nuestros abuelos nunca los incluyeron en su dieta, y algunos llegaron a centenarios. Así que ya digo.
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