Opinión
Días contados
Puede ser que, tras su acuerdo sobre la subida de las pensiones con los nacionalistas vascos, Mariano Rajoy logre salvar el año y tal vez la legislatura. Pero todo indica que, para él y para su partido, los días están contados y que el declive, que ya sumió al Partido Socialista en una imparable pérdida de apoyos electorales, se confirme ahora definitivamente. Tom Burns Marañón lo ha señalado en un lúcido ensayo: con la proclamación de la República Catalana hace poco más de un semestre «se esfumó el espíritu reconciliador de la Transición», se hicieron «presentes el ruido y la furia» y se hundió «la centralidad que conformaban (los) dos grandes partidos». Los acontecimientos que han tenido lugar durante las últimas semanas así lo corroboran y, de hecho, todos los sondeos de opinión lo señalan al remachar la ya desnutrida posición del PSOE –huérfano irreductible de intenciones de voto– y la cada vez más enjuta ubicación del PP –al que los votantes se le escapan a espuertas–. Y no se crea que las alternativas engordan bien en semejante contexto, pues mientras los de Podemos se consumen en controversias diluyentes, los de Ciudadanos progresan limitadamente sin alcanzar la hegemonía que podría prometerles un país cada vez más volcado políticamente hacia un centro-derecha modernizado y libre de las ataduras del pasado.
Tres son los asuntos en los que ahora se manifiesta ese declive de los populares. Por una parte, su incapacidad para resolver con decoro la crisis provocada por el affaire de Cristina Cifuentes, que pone su posición en Madrid a los pies de los caballos. Por otra, el inusitado ataque del ministro de Justicia al magistrado discrepante de la sentencia sobre La Manada, que es toda una embestida hacia el Poder Judicial e, incluso, una ilegítima, aunque temporal, ocupación de éste. Y finalmente el antes mencionado acuerdo sobre las pensiones, que pone un parche –no una solución permanente– al lógico descontento de los jubilados, a la vez que deja en agua de borrajas el principio de estabilidad presupuestaria que tanto ha costado asentar en la política económica española. Y si el primero de esos temas revela impotencia, los dos últimos denotan una caída en la tentación populista que preludia, como pasó en el PSOE, la dilución de lo que pudiera quedar del sustrato ideológico y del programa político del partido.
Insisto. Los hechos son los que señalan que el PP tiene los días contados. Y cuando, como después del festín de Baltasar, alguien escriba a fuego en la pared la terrible palabra que lo designa –«Mane», según el Libro de Daniel–, ya nada frenará su ineludible evanescencia terminal.
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