Opinión

Manadas, rebaños y jueces

En los días que siguieron al 11 de marzo de 2004 el pueblo español mostró algo inquietante. Dejó constancia de que era manipulable, título que revalidó en los años posteriores elevando al poder municipal, autonómico o al parlamento nacional a fuerzas empeñadas en importar modelos políticos, sociales y económicos no ya fracasados –que es grave–, sino dictatoriales, de cuño liberticida.

Ese populismo sabe ya que maneja a una ciudadanía arcillosa, manipulable, una materia prima que recoge de un sistema educativo que ha gestado ciudadanos solubles, reblandecidos a golpe de pensamiento único mediático. Ese populismo ha podido así enseñar músculo a base de pretextos o inventándolos: hoy son los pensionistas, ayer monta una huelga feminista o provoca altercados en Lavapiés o asume el discurso secesionista y también el abertzale y eso por citar los últimos episodios. El caso es estar en la agitación y sentir su capacidad de acoso.

Para la última demostración de esa capacidad ha aprovechado la sentencia de La Manada, ejecutando un plan preconcebido tiempo antes de hacerse pública, el populismo ha logrado sacar a la calle a miles de ciudadanos bien manipulados, impulsados por mensajes falsarios que parecen ofrecerse gustosos para la nueva performance populista. Tras La Manada llega el rebaño. Y así hasta la próxima demostración de fuerza.

Que en una democracia occidental varios millones de ciudadanos se identifiquen con el populismo liberticida y otros muchos carezcan de defensas frente a él y sus eslóganes, es una desgracia, pero lo que ya entra en la tragedia es que partidos «constitucionalistas», «tradicionales», en coyunda bipartidista, lejos de sajar esa infección hagan seguidismo al populismo apuntándose al acoso, descrédito y deslegitimación del Poder Judicial, reclamando también una justicia de linchamiento, popular.

Que eso lo haga algún partido que busca mostrarse más radical que los radicales para rebañar ahí votos y renuncie a ser una opción socialdemócrata, moderada y europea, es trágico; pero que lo haga un partido conservador demuestra su desquiciamiento, su desnortamiento. Su deriva a base de incumplimientos y vaciedad de ideario culmina con algo que ya lo rompe todo: que el ministro de Justicia le compre el discurso al populismo y señale a los jueces para su lapidación. Nos ha devuelto a aquellos años de plomo en los que algunos ministros «progresistas» lucían como seña de identidad afrentar a los jueces.

Ignoro la razón de ese ataque, pero ya en el colmo del absurdo se olvida que hay una sentencia mayoritaria –¡condenatoria y a nueve años de prisión!–, y se ataca al magistrado discrepante, partidario de la absolución y lo hace apuntándose a una estrategia populista de crítica a la sentencia mayoritaria: me pregunto ¿se sabe diferenciar entre el voto mayoritario condenatorio y el minoritario o discrepante y absolutorio?, ¿a qué se está jugando a costa de los jueces?; en fin, ¿quién tiene realmente «un problema singular»?.

Dejo las conjeturas porque me hastían y me quedo con lo fundamental y es que a todos parece convenirles atacar a los jueces, a unos porque viven de la agitación, a otros porque lo llevan haciendo desde que la Justicia les amargó la vida investigando el terrorismo de Estado o sus variadas corrupciones hasta llegar a los ERE falsos; al independentismo porque así desprestigia a la Justicia o, simplemente, silencia el 3%. Y a la turbamulta se apunta la derecha, primero el ministro de Hacienda dando bazas a los separatistas, y el de Justicia a los populistas.

Entrando al trapo de un debate inventado por el populismo para su gloria y exhibición, se acometerá una reforma legal olvidando que no hay una sentencia definitiva y sin reflexionar sobre si el problema no es de leyes sino de estar al caso, a las pruebas practicadas. Es lo que pasa cuando gobiernan simples y asustadizos contables o gestores. En fin, si alguien de buena fe esperaba algún signo de regeneración que vaya despidiéndose y convenciéndose de que a toda esta tropa ni la Justicia ni las víctimas les importan mucho; atacar a jueces o lisonjear a las víctimas sirve de excusa, a unos para lograr objetivos ideológicos o electorales, a otro para ir tirando no se sabe a dónde.