Opinión

El pisito

Ocurría en un Madrid de penurias en blanco y negro que braceaba por sacudirse las migas del subdesarrollo asomando la década de los sesenta. Petrita y Rodolfo interpretados por Mary Carrillo y José Luis López Vázquez en la maravillosa película de Marco Ferreri llevan doce años de novios –tampoco eran tantos para la época– pero no tienen vivienda, lo que les impide casarse, tener hijos y «vivir en familia». Todos sus sueños, proyectos y afanes giran en torno a un objetivo único, conseguir sus cuatro paredes, ese «pisito» que no acaba por hacerse realidad hasta el final del film. Décadas después en estas nos encontramos, a vueltas con otros anhelados «nidos de tranquilidad familiar», con Pablo e Irene, Irene y Pablo, gente corriente y sencilla. Otra abnegada pareja embarcada en una hipoteca de 1.600 euros mensuales. Dos jóvenes que en su juventud de barrio obrero, si acaso les sonaría la caja de ahorros y monte de piedad, el Banesto o el quebrado banco Coca famoso en Vallecas por su ampulosa sede, pero que ahora han resultado agraciados con la confianza crediticia de una entidad ligada al independentismo de la que en otro tiempo no oyeron hablar. Petrita y Rodolfo quedarían boquiabiertos viendo hoy lo mucho que en materia de vivienda han prosperado los parias arrumbados por la casta.

Cierto es que airear el ámbito de lo privado para atacar a un representante público, además de poco imaginativo resulta manifiestamente reprobable, pero no tanto como hacer causa y relato político con el argumentario de la lucha de clases, mientras se abrazan sin el menor rubor los beneficios de esa casta que encarna todos los males. El populismo es tan viejo como la política misma y siempre nos ha brindado al mesías de turno echando mano en lo privado de aquello que demoniza en público. Con su manifiesta demostración de incoherencia tras vencerse hacia debilidades de la «casta librecambista», aun siendo tan simples como un proyecto de tranquilidad familiar, el líder y la portavoz de Podemos han puesto en cuestión el gran hilo argumental de su pretendido y cada día más quimérico asalto a los cielos y han escenificado todo un corte de mangas al «15-M», ese que nacía con una mezcla de grito y de rictus durante la brutal crisis económica convirtiéndose en razón de ser para el origen de la formación morada.

Podemos, tras su cisma interno posterior a los comicios catalanes del 21-D ha querido desenterrar el espíritu de aquel 15-M para recuperar oxígeno, pero la torpeza de Irene y de Pablo lo ha vuelto a sepultar, tal vez para siempre. Ahora quieren cargar sobre las bases la última palabra sobre si líderes de los descastados pueden adquirir y vivir en un chalet de más de seiscientos mil euros, típico gesto bolivariano por no decir Davidiano. Ya saben, un «timonel», un «conducator» tampoco puede privarse en su abnegado sacrificio de aceptar esos peajes materiales que brinda la mundanidad, todo sea por sobrellevar tanto peso sobre sus espaldas liderando a los descastados. Llegados pues a este punto donde impera la verdad desnuda, al menos ya podrán ahorrarse futuras explicaciones sobre la «Nani» y el jardinero.