Opinión
Secretos
Hoy es difícil guardar intimidades. Cuando vemos a algún encausado por blanqueo o evasión de capitales (y etcéteras) siendo conducido amablemente por la guardia civil hasta su casa, para acto seguido someterlo, a él y a su por lo general poco o nada modesta morada, a un exhaustivo registro..., una piensa que hay cierta escandalosa necedad (quizás sea desfachatez) en la manera de actuar de personas convencidas de que lograrán ocultar para siempre enormes cantidades de dinero, especialmente cuando su procedencia es ilícita.
Se permiten incluso moverlas de un sitio para otro. Qué osados. Yo, en cambio, sospecho que es más fácil ocultar un cadáver que un montón de dinero. Los mogotes de parné, a pesar de lo que suponen sus fugitivos propietarios, no son solo cifras intangibles: abultan muchísimo. Cantan más que Eurovisión. La pasta es estruendosa, alborotadora, estridente como un botellón adolescente. Solo hay algo tan ruidoso como el dinero abundante: la total ausencia de él. Estoy casi convencida de que, contra lo que se suele decir, sí existe el crimen perfecto. Ese que nadie descubre durante toda la vida del criminal. El eternamente sin resolver. Ése que comete una sola persona, que se conjura consigo misma para permanecer en silencio hasta la tumba.
El asesino solitario tiene muchas más posibilidades de salirse con la suya que aquel que obtiene la ayuda de algún cómplice. Porque el principio básico del secreto es la garantía de «seguridad», de que nadie se irá de la lengua. Así que, el criminal, por la cuenta que le trae, hace mutis. Solo habla con su conciencia (que suele ser muda porque, si no, no le habría permitido cometer el asesinato). Pero, mientras el cadáver resultante de un horrible homicidio lo puede esconder en soledad el propio asesino, para disimular el dinero hacen falta muchos cómplices. Y tarde o temprano, alguno falla, deja pistas... Incluso los piratas de antaño, que enterraban sus tesoros, tenían que dibujar un mapa para acordarse del lugar exacto. Nunca como hoy había sido tan complicado tener secretos. Los personales, nos los arrancan las redes sociales, a las que no hay manera de engañar, a pesar de que ellas nos engatusen cada día. Y los económicos, tarde o temprano emergen hacia la luz (pública). Como cadáveres que flotan.
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