Opinión
Previsible, digna de confianza, mate
Les ha dedicado muchos de sus esfuerzos en la escena internacional y ambos, aparte del carácter de Don Mariano, aportan datos para definir su política exterior: nada de sobresaltos, coherencia con su programa de gobierno, racionalidad, ausencia de brillantez. La situación económica que heredó, originada fuera de España aunque agravada por la tardía reacción del negacionista Zapatero, resultaba, a juicio de cualquier observador imparcial, extremadamente seria. España era el enfermo destacado de Europa; peor estaban Grecia o Portugal, pero el desplome de estos, por su tamaño, no tendría las consecuencias de un descalabro de España. Rajoy introdujo medidas legislativas y el presidente supo granjearse la confianza de la señora Merkel, factótum europeo y la voz más oída en Bruselas. Políticos alemanes de derecha e izquierda, así como británicos y franceses, decían, cuando Rajoy llevaba un año en el poder que era una persona «reliable» (en la que se podía confiar), algo que no siempre había ocurrido en la etapa inmediatamente anterior pero sí en los reinados de Aznar y Felipe González. España era un problema europeo, las medidas de Rajoy tuvieron un costo en la opinión pública, pero en los meses que han precedido a su cese, varios europeos manifestaban que nuestro país se había convertido en un ejemplo de solución. Como dice en frase afortunada el secretario de Estado de Exteriores, Jorge Toledo, nuestro país hace siete años era «objeto» de las decisiones en la Unión Europea y ahora es «sujeto» de las mismas.
Superada la tormenta europea, el presidente y los ejecutores de la política exterior pudieron volverse hacia otros campos. Con los Estados Unidos del intermitentemente carismático Obama las cosas fueron bien. El embajador yanqui Solomon desaconsejó inicialmente que Rajoy fuera recibido en la Casa Blanca porque pronto se daría un batacazo. Se equivocó y más tarde Obama nos visitó, algo que no había logrado el enamorado Zapatero y no porque su admirado americano lo despreciara sino porque tenía una agenda cargada y España, aliado fiel que no crea problemas, y Zapatero no estaban entre su prioridades. El socialista con cordura había autorizado el despliegue de antimisiles en Rota y Rajoy tuvo otro gesto de amistad con Washington: destacamentos de marines de una fuerza especial para actuar en África se asentarían en Rota. Hay una espinita clavada en la siempre atrasada limpieza de los residuos de la bomba atómica en Palomares. Margallo hizo un pinito para sacarla pero el asunto, como elocuentemente apunta la senadora Maribel Sánchez, es demasiado trasnochado e irrita a mis paisanos almerienses. Los Reyes y Rajoy también visitaron Washington y la situación comercial arroja un dato revelador. España invierte tanto en Estados Unidos como los yanquis en nosotros.
En el norte de África, la cooperación con Marruecos en temas capitales como la emigración y el terrorismo sigue siendo fructífera aunque hay que tocar madera sobre no detectados coletazos yihadistas. Con el aceptablemente normalizado Túnez, el ejemplo más presentable de la primavera árabe, el Gobierno de Rajoy reactivó las Cumbres al más alto nivel. El príncipe-hombre fuerte de Arabia saudí nos incluyó en un periplo de Estados Unidos, Gran Bretaña y Francia mientras capitales, con ojo inversor, le hacían ojitos desatendidos. En Siria nos movimos dentro de las coordenadas de la Unión Europea, retirada de embajadores y denuncia de los desmanes de Assad. Otro tanto ocurrió con las sanciones a Rusia por sus injerencias territoriales y cibernéticas. España, con una Europa, ¿cómo no?, dividida sobre el tema, las ha aplicado pero no ha estado entre los halcones. No había demasiados españoles en puestos internacionales, al final entró Guindos, pero España ganó esforzadamente la batalla para el Consejo de Seguridad.
La traca-tormenta perfecta llegó con el problema catalán y con el abortado golpe de Estado. Es un misterio si las manifestaciones de Margallo, para algunos más propias de un ministro de Justicia o de Interior, llevaron al presidente a sustituirlo por un diplomático poco amante de los focos y competente conocedor de los temas europeos. Moncloa y Exteriores tuvieron entonces que dedicar preferente atención al tema. Con resultado mixto. Éxito prácticamente total ante los gobiernos: Rajoy, personalmente, Margallo, Dastis y la diplomacia desarrollaron ante los ejecutivos del mundo dos razonamientos aplastantes: 1) España es un verdadero Estado de Derecho, las autonomías españolas son tan amplias como cualquier europea, los dirigentes catalanes han montado, a sabiendas, un golpe violando la Constitución. 2) Ninguno de ustedes (Estados Unidos, Alemania, Argentina, China, Argelia, México, etc.) actuarían de forma diferente. Diálogo, sí, ¿pero lo harían ustedes con unos políticos que SÓLO quieren dialogar sobre cómo romper el país?
Sin embargo, los gobiernos españoles no se habían percatado –¡ceguera, craso error!– de que los separatistas catalanes cultivaban con intensidad y habilidad a los medios de información extranjeros desde hace más de una década. Contratación de «lobbies», invitación a periodistas, muy fácil acceso de estos a altos cargos de la Generalitat, organización de charlas jugosas, distracción de recursos... Ellos lo hacían y el Gobierno central dormitaba. Mala nota aquí. Zapatero vivía en su inmortal frase voluntarista: «Dentro de diez años Cataluña estará mucho más integrada en España». Rajoy y el PP, con torpes e inexpertos colaboradores en este tema, reaccionaron con enorme tardanza al peligro de descuidar la prensa extranjera. Varios periodistas foráneos no desmenuzan a sus lectores que estamos ante un golpe de Estado que en su país sería sacrílego. El Gobierno no ha perdido esta batalla pero no la ha ganado. Y es vital. No se pueden escatimar ni desvelos ni medios.
El inefable Raphael Minder, del «New York Times», poco simpatizante de Rajoy y esporádicamente ambiguo en la cuestión catalana, escribía ayer que el hasta el pasado viernes presidente del Gobierno «sacó a España de la crisis y la devolvió al crecimiento económico», pero añadía que «ha recortado libertades». Dado que el lector yanqui puede pensar que Franco ha vuelto como quieren hacer creer los separatistas, habría que preguntar al periodista qué libertades, ¿meter en la cárcel a golpistas condenados por los jueces? ¿No lo harían Obama, Bush, Clinton, Trump y hasta el santo Lincoln que hizo una guerra civil para aplastar una rebelión?
✕
Accede a tu cuenta para comentar