Opinión

Objetivo la Corona

La figura de Rajoy era ideal para el secesionismo como objeto del «pim, pam pum» a la hora de justificar sus desmanes golpistas. La de Sánchez todavía no está madura para ese papel, pendiente además de pasar la prueba del algodón de su «operación distensión». Queda por lo tanto la del rey Felipe VI como primer referente y piedra clave en la bóveda del Estado para convertirse en el enemigo idóneo, la «bicha», el último representante de la «opresora» dinastía de borbones. Como en todos los nacionalismos radicales, como en cualquier populismo xenófobo, excluyente y supremacista, la existencia de un enemigo exterior encarnado en un referente con nombre y apellido se convierte en un elemento vital. Los responsables reales de los males que sufre un pueblo por incompetentes, sectarios y arribistas hacen razón de ser para su bandera y se mueven como pez en el agua cuando un supuesto elemento exterior, por mucho que se trate un estado democrático, europeo y sustentado en garantías constitucionales, es señalado como responsable de esos males.

Ahora por lo tanto el enemigo es la Corona. De distinto modo también lo era antes y ahí quedan los desplantes al Rey en no pocos foros públicos como el «MWC» contando con la siempre inestimable colaboración de la alcaldesa antisistema Colau o la encerrona en la manifestación de agosto contra el terror yihadista, pero con la sensible diferencia de que siempre estaba ahí Rajoy. El ex presidente del Gobierno era mostrado ante la parroquia general de adeptos al «derecho a decidir» como el líder de un partido que en tiempos había recurrido el Estatut ante el Tribunal Constitucional, primera excusa para el surgimiento del «procés» y punto de arranque que dio pingües beneficios políticos a quienes esgrimían la supuesta incapacidad para hacer política por parte del Gobierno central. Después llegó el «1-O» y el «155» siempre con Rajoy en la diana. Pero resulta que en la Moncloa ha cambiado el inquilino, entre otras cosas gracias al apoyo del voto separatista en el Congreso, y como la «milonga» del pueblo oprimido debe continuar, no queda otra más que situar en el centro de esa diana a la más alta representación del Estado.

Hasta ahí todo en su sitio, pero ocurre que hay algunas variantes en el nuevo panorama que convendría no obviar. De entrada –y se comprobó en el «pinchazo» al boicot a Felipe VI este viernes en la inauguración de los Juegos Mediterráneos– el objetivo no es el más o menos cuestionado líder de un partido, sino el muy aceptado Rey de una inmensa mayoría de españoles, incluida mientras no se demuestre lo contrario más de la mitad de los catalanes. De otro lado hay un nuevo Gobierno constituido tras una moción de censura apoyada por el independentismo, lo cual hace si cabe bastante más imperiosa la necesidad –como la mujer del César– de que este Gobierno con su presidente a la cabeza dé la cara y si hace falta se la parta en la defensa del jefe del Estado. Buscar el necesario ambiente de distensión no debe confundirse con ofrecer la otra mejilla, sobre todo porque Torra y sus terminales no paran de mostrar oscuras credenciales.