Opinión
Sánchez, escuche a Sánchez
«España, meca del turismo o leyenda de la guerra civil. Todo mezclado con Lorca. Yo ya estoy harto de Lorca. Mujeres estériles, dramas rurales... ¡ya basta!... yo no estuve en Teruel ni en la batalla del Ebro. Los que hacen cosas por España, cosas importantes, no estuvieron allí. Tienen 30 años, a ellos los mueve el futuro, no el pasado. España no es el 36... los combatientes ¿qué aportan?». Estas palabras no pertenecen a un facha, a un cargo del PP, a un obispo. Las pronunciaba Diego, un miembro del comité central del PCE en la película «La guerre est finie». Diego era una proyección del guionista, Jorge Semprún –Federico Sánchez en la clandestinidad– que expresaba una indiscutible realidad. Ya en los años sesenta, hace medio siglo, la guerra civil había dejado de tener sentido para el futuro de España. Dijera lo que dijera Carrillo al frente del PCE, Franco no caería gracias a la huelga general revolucionaria por la sencilla razón de que España pasaba por un innegable desarrollismo, la gente vivía mejor que en los treinta y la guerra civil era un desastre que todos querían superar, Lorca incluido. Mantener esa posición le costó a Semprún –y a Fernando Claudín– la expulsión del PCE. Seguían siendo hombres de izquierda, pero sensatos y anticipando lo que iba a suceder en la España futura. Una década después, el propio PCE se rindió a la evidencia y pactó una Transición en unos términos nada desfavorables.
El mismo Jorge Semprún llegaría a ministro de un gobierno socialista presidido por Felipe González. Esa cordura –la guerra civil no pinta nada en la España del futuro y Lorca es no pocas veces un peñazo salvo para aquellos que viven del cuento de buscar su tumba– duró hasta inicios de los años noventa cuando la izquierda temió perder el poder. Regresó con necia virulencia en la siniestra etapa de ZP cuyos males perversos sigue España sin superar. Se ha convertido en bandera de gente que está ayuna de ideas o que, directamente, son hijos de terroristas y admiradores de asesinos de las checas. No estaría mal que Sánchez (Pedro), que no aparece especialmente nutrido de lecturas, escuchara a Sánchez (Federico). Porque la guerra terminó hace mucho y ya hace medio siglo había que ser muy necio o muy fanático para pretender que siguiera hipotecando el futuro de España.
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