Opinión
Un PP mudo
El PP sigue instalado en el «lío» que le llevó a perder el poder. La madeja se enreda. A poco que pasara, en la sede de Génova se entraba en estado de «shock». Abundaba la creencia de que la culpa la tenía Rajoy porque los dejaba huérfanos de argumentos ante sus militantes. Necesitaban de un guión y no estaba Spielberg para hacerlo. Eran personajes en busca de autor. La marcha del ex presidente a Santa Pola no ha cambiado la perspectiva. El partido sigue «amarrategui» cuando toca reaccionar, lo que aumenta, como en cada una de sus crisis, el estupor general. Un profano diría que o lo que queda de la dirección sigue la inercia de tantos años en la retaguardia o la sombra de Rajoy está aún sobre la de ellos, como si en aquel «mírate al espejo» de Juan Vicente Herrera la antigua guardia viera reflejado cuando lo practica al registrador de la propiedad. O tal vez sea a Santamaría.
Si lo primero que se han cambiado son las formas –estas endiabladas primarias– no se entiende que tirando de ese hilo se cortocircuite la posibilidad de establecer un debate, un cara a cara de toda la vida, entre los dos candidatos a la presidencia. Nada tendría que temer la ex vicepresidenta, que parte como ganadora, acostumbrada al rifirrafe con sus contrincantes y a la exposición pública sin protección solar en su etapa de portavoz. Y sin embargo el aparato, siempre el aparato, ampara el silencio y las cortinas bajadas lo que de facto podría entenderse como una ruptura de su neutralidad. Lo que necesita el partido, más que las clásicas componendas, siempre las componendas, es hablar, que los militantes conozcan qué planes tiene en la cabeza cada uno más allá de la obviedad de ganar a Pedro Sánchez, ardua tarea que se antoja cada día que pasa más complicada. Los socialistas están dejando de nuevo a los populares al margen de la historia mientras estos se devoran. Ese camino solo desemboca en la marginalidad. La campaña de marketing del PSOE se impondrá a los pellizquitos de monja de la derecha que debe plantarse ya a la nadería política de la luna de miel. ¿No querían ustedes democracia interna? El ganador o ganadora se sentaría en el trono con más autoridad ante sus súbditos. Y darían de qué escribir. Antes de que nos pongamos en modo Franco. Porque mientras en Génova se practica la amnesia, la competencia quiere arruinarles el cónclave con la memoria histórica.
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