Opinión

Desempolvando urnas

Más que un otoño caliente –que también– el próximo regreso a la actividad política tras el parón veraniego parece abocado a un «big bang» que presume un nuevo orden tras el caos. La ministra portavoz Isabel Celaá, que nunca decepciona a la hora de brindarnos frases sin desperdicio, apuntaba esta pasada semana que «nadie va a resistir más allá de lo razonable», siendo preguntada a propósito de las manifiestas dificultades de Sánchez para agotar la legislatura y por mucho que el propio presidente insistiera poco después en que aguantará hasta 2020, la posibilidad de que se vuelva a la casilla de salida que precipitó la moción de censura contra Rajoy y que no era otra más que afrontar cuanto antes un nuevo reparto de cartas es ahora mucho más real. En tan solo dos meses de gobierno, la ley de la gravedad política se impone día a día y con todo su peso sobre los 84 escaños del escuálido grupo socialista cuyos socios de censura ya echan sus propias cuentas.

Pero si los tambores electorales suenan a nivel nacional, en Cataluña y Andalucía directamente retumban. En el primer caso, la toma del PDeCat por parte de Puigdemont en su congreso de hace una semana, además de hacerse notar –y de qué manera– en la actitud de sus ocho diputados en la carrera de San Jerónimo, no deja prácticamente recorrido a la actual vía de distensión virtual pretendida por Sánchez. El independentismo tiene, entre el aniversario del 1-O y el efecto arrastre de la Diada, la primera gran excusa del ex president prófugo de la justicia para cambiar, no tanto una distribución de fuerzas frente al constitucionalismo que seguirá igual, como la paleta del color y tonalidades del propio bloque secesionista dentro de la cámara autonómica siempre en torno a la «crida».

En el segundo caso, el de Andalucía, el sino parece mucho más definido. Las urnas ya están desempolvadas a la espera del anuncio oficial de una Susana Díaz, que no va a desaprovechar la triple eventualidad de alejar de un proceso electoral la engorrosa sentencia de los ERE, el mayor escándalo de corrupción en la historia del socialismo andaluz, de recoger el viento de cola que para todo el PSOE encuestas en mano continúa suponiendo la llegada al gobierno de la nación y de rentabilizar esos más de quinientos millones de euros que, vía modificación del techo de gasto y si este finalmente prospera le brindaba Pedro Sánchez a la lideresa andaluza tras su último encuentro en la Moncloa. Andalucía afrontará comicios en otoño con la peculiaridad añadida de que, en sus tres grandes partidos, tanto el socialista con heridas aún por cerrar tras sus primarias, como el popular a la espera de que Casado coloque a un núcleo propio de confianza en torno al ex sorayista Juan Manuel Moreno, y Podemos con una guerra mucho más abierta entre Teresa Rodríguez y Pablo Iglesias, existe un claro e innegable desencuentro entre las direcciones regional y nacional. Es lo que tiene esto del bipartidismo tocado de ala, de todo menos garantizar la estabilidad política. La sociedad española eso sí, ya se va acostumbrando y, al más puro estilo italiano lleva su ritmo propio.