Opinión

Taxi a La Moncloa

Gobernar no era utilizar el avión oficial para ir al Festival de Benicàssim sino cogerse un taxi que es donde uno se entera de verdad de qué va la vaina. Cortar con un golpe de guillotina lo que dejó en herencia el PP –una laxa Ley de Educación, para hacerla aún más liviana, entre otras cosas– no basta. Ni siquiera con exhumar a Franco con un decreto. Eso es hacerse el muerto queriendo aparentar que se está vivo. Es una mala opereta escrita en tiempos de The Killers y Rosalía. Ni con echar la culpa al Ejecutivo anterior de los errores propios, he ahí la presión migratoria. O «dialogar» con los golpistas mientras nos hacen una peineta desde Bruselas. O permitir que su valida en Baleares ponga en cuestión el rol de la monarquía. ¿Perdone? Vale para entretener un rato del tedio por no tener a quien clavar un aguijón, envenenado ya Rajoy, el presidente que tomó su propia cicuta. No. La peor herencia que nos dejó el hombre que anda rápido, pero que estuvo lento, es un recambio vacío. Ya no tiene remedio. Rajoy ya es una encina seca. Un baile en el anochecer de una boda. Así es el nicho de los gobernantes. La furia de los taxistas es la primera, pero no la más grave, de lo que está por venir. Esto es la política. ¿O pensaba Sánchez que una vez tomada la Moncloa todo sería calmo, una perpetua bajamar en la que se dejan las huellas en la arena para siempre? Ahora hay que gobernar, que no deja de ser un deliro molesto porque no sabe el comandante con qué se encontrará al día siguiente. Dejemos a un lado cuestiones ideológicas, que son por el momento las vedettes de este espectáculo posmoderno. Los taxistas bloquean las calles y los inmigrantes colapsan la frontera. Cómo no ha ido el presidente a conocer en persona las reivindicaciones de unos y los problemas de los otros, los propios y los que causan a los demás. Pasapalabra. No se trata de ser más progre o más liberal sino de arreglar los problemas o evitar que florezcan en el vertedero del populismo. Ni de pasar a la Historia, basta con que podamos coger un taxi a casa. Quizá hablar con un taxista tiene más trascendencia que hacerlo con Torra. Esa foto que Machado no hubiera permitido en la fuente de sus amores. Parece sencillo, pero una vez apagadas las ascuas de los fuegos de artificio, no hay llama a la que seguir en la oscuridad de la vida cotidiana. La tragedia de que se funda la bombilla del descansillo molesta más que las exigencias de la UE. En esto ha de arremangarse don Pedro si no quiere que un vendaval infinito juegue con él como una cometa infantil. Si se aprende economía en dos tardes, no resulta tan complicado.