Opinión

¿Qué pasa con España?

Vivir en el extranjero y que la gente te pregunte por tu país de origen, por regla general, es una circunstancia grata. En unos instantes, la persona en cuestión te recuerda su paso deleitoso por Madrid, por Valencia o por Granada; su degustación de la incomparable gastronomía y su disfrute del paisaje y del arte y parece como si, sobre la herida de tu nostalgia, descendiera el bálsamo de la belleza. Lamentablemente, en los últimos tiempos, mi experiencia en una nación tras otra es que esa situación se ha visto sustituida por un «¿Qué pasa en España?» pronunciado con honda preocupación.

Nuestros políticos pueden sentirse felices y satisfechos, pero la realidad es que nadie entiende que unos chiquilicuatres racistas sigan moviéndose por el poder en Cataluña como reales señores; nadie entiende que alguien acepte convertirse en presidente del Gobierno apoyado por golpistas y enemigos de la patria; nadie entiende que no se esté haciendo absolutamente nada por detener la invasión de las fronteras españolas por millares de africanos que además agreden a las fuerzas policiales sin que ningún político vaya a visitarlas; nadie entiende que, a pesar de lo descubierto por la Comisión Nacional de los Mercados y la Competencia en relación con las empresas que dictaban sus condiciones de licitación a Hacienda, Montoro no haya sido citado por el juez; nadie entiende que se pueda destituir al jefe de la UCO cuando su unidad investigaba al PSOE y para complacer al PNV; nadie entiende que en España nos estén preocupados por una deuda pública que supera el 130% del PIB gracias a la gestión del anterior ministro de Hacienda; nadie entiende que la antigua ministra de incultura, Carmen Calvo, pretenda destrozar la lengua española por amor a la ideología de género; nadie entiende que no se esté moviendo un dedo para lograr la repatriación de los más de dos millones de españoles que han abandonado la nación en los últimos años; nadie entiende que los ciudadanos de a pie consientan en que los despellejen con una de las presiones impositivas más elevadas de la OCDE sobre salarios ridículos y nadie entiende que no reaccionen ante unos políticos que anuncian nuevas subidas y que entregan a los que llegan ilegalmente a las costas españolas beneficios que los nacionales no tienen ni de lejos asegurados. No lo entienden. No deseo engañarles. Yo tampoco.