Opinión

La estupidez del «Aquarius»

Las últimas investigaciones apuntan a que el «homo sapiens» es cada vez menos inteligente. Otros científicos, por su lado, anuncian la llegada de un «homo tecnologicus» que superará al anterior y que, como sus antecesores, acabará con ellos hasta hacerse con el poder. Hace solo 70.000 años que los «sapiens» llegados del África Oriental –no extraigan del dato objetivo conclusiones ocultas–, extinguieron a las otras especies humanas. No pensemos que estaremos aquí no ya una Legislatura sino toda la eternidad. Acabaremos devorados por nosotros mismos. No lo demuestra el telediario, que también, sino la Historia. Entre unos y otros estamos los hombres vulgares que vemos el mundo pasar como si fuera una gran bola de fuego a punto de colisión. Los calores de agosto potencian la estupidez y derriten las bolas de helados en las manos de los niños.

En Cádiz ya es normal que junto a las sombrillas y las neveras atraque una embarcación de emigrantes a los que no se les cura el derrumbe de la lira turca con un pegote de «After Sun». Llevan tanto tiempo repitiendo la misma escena, maniatada su voluntad y corroído el desamparo por los traficantes de personas y las mafias del Magreb, que el hombre vulgar, tal el que esto escribe, no entiende cómo se ocurrió relatar la llegada del primer «Aquarius» como un acto de propaganda, y más aún, una vez comprobado el error, cómo se vendió una hazaña política del nuevo Gobierno digna de «Los increíbles». Bastaba con colocar una cámara entre Tarifa y el cabo de Trafalgar para mostrar al mundo que somos «buenos y tolerantes» mientras la máquina de arrojar confetis redondeaba una escena con música lastimera.

Ahora se reparten a los tripulantes del nuevo «Aquarius» en una suerte de malévolo ejercicio que ya no distingue y en el que miembros de la especie humana vuelven a ser números de una política primitiva que no arregla las cañerías sino que se basta con un soplete para tapar la fuga de agua. Si errática fue la decisión del Ejecutivo mejor no pararse en la pugna humanitaria de Quim Torra, lo que nos obligaría a retroceder otros miles de años en la evolución de los bípedos. Cerrar las fronteras a los refugiados es un crimen, pero abrirlas a los que se valen del negocio y el trapicheo dineril entre países tendría que estar penado por el sentido común. Eso es lo que no entienden los gobiernos bonitos de toda Europa que más que potenciar la solidaridad se convierten en máquinas de crear xenofobia. Si no lo han aprendido todavía es que realmente el reloj se ha atrasado 70.000 años.