Opinión

«Merrie Melodies»

Nuestra política se parece cada vez más a las «Merrie Melodies», las fantasías animadas que, desde 1931, produjo Leon Schlesinger para la Warner Bros. Se contaban en ellas sencillas historias de amor, aunque desde que apareció por allí Bugs Bunny la cosa se complicó. Una fantasía animada es la que ha soltado la ministra Reyes Maroto, del gremio de industria, cuando para hacer patria –en Cataluña, ¡naturalmente!– ha soltado eso de que «el Gobierno ayudará a la Generalitat a atraer inversión tanto extranjera como nacional». Para ella, Cataluña es una región de «grandes oportunidades» que «tiene una serie de atractivos –no especificados– que no se han perdido a pesar de la situación política». Debe ser por eso, por lo que, desde que empezó en serio lo del «procés», se han marchado de allí más de 4.400 empresas en busca de mejores horizontes. Pero ahora, la voluntarista ministra cree que puede revertir lo ocurrido sin más ni más; así, apelando al ensalmo del empeño del gobierno Sánchez.

La creencia de que la economía se puede subordinar a la política ha tenido siempre un marchamo totalitario. Se puede rastrear en la doctrina comunista, de Lenin en adelante, o en los planteamientos del fascismo y el nazismo. En España tuvo predicamento cuando lo de Franco, sobre todo en su primera época. Y ahora reverdece, como vemos, con el poder socialista. Pero es ilusión fútil, porque tarde o temprano la fuerza de los incentivos económicos acaba reclamando su papel y volviendo las cosas a su sitio.

Desde 1980 Cataluña creció, en términos reales, al mismo ritmo que el conjunto de la economía española: un 2,3 por ciento anual en promedio hasta 2017. Pero la declaración de independencia del 1-O quebró esa tendencia y la precipitada salida de empresas condujo a una reducción del potencial económico de la región. Todos los indicadores de los que disponemos desde entonces, lo muestran. Hoy ninguna entidad dedicada a estos asuntos discute que Cataluña crecerá a largo plazo menos que el promedio español, apuntándose que el diferencial correspondiente estará entre 0,3 y 0,5 puntos por debajo de esa referencia. Puede parecer una nimiedad, pero en veinte años sus efectos acumulativos mostrarán un retroceso del papel de Cataluña en el conjunto de España y, con ello, las menores oportunidades de la región, así como una pérdida de su bienestar relativo. Esta historia, por cierto, es la misma que se escribió en el caso de Quebec: después de un cuarto de siglo los quebequeses no son pobres, pero su estatus en Canadá ha retrocedido. Tal es el tributo del nacionalismo encaje o no en las fantasías de la ministra Maroto.