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Opinión

La medicina de Asia Argento

En su momento, el padre de Asia, Darío Argento, maestro del terror sin complejos cuando el grito y el destape causaban la misma excitación, el sexo también es un gemido, se parodió a sí mismo en uno de esos casos en los que ser ridículo te convierten en un artista del «giallo», un subgénero más recomendable que algunas superproducciones. Su hija no ha hecho nada en el cine digno de ser evocado, ni siquiera para los «friquis» de la serie B. Le bastaba con hacer una ficción de su propia vida, inventarse un personaje y sacar tajada de la última ola. Y así se hizo portavoz o portavoza de ese movimiento tan necesario como deleznable que se conoce como #Metoo.

En la versión original, mujeres que denunciaban abusos de hombres poderosos. Y en la desviada de Asia Argento, y de tantas miles, actrices y vicetiples recelosas de Catherine Deneuve, una manera de acusar a quien se ponga por delante sin ninguna prueba ni veredicto judicial, como si el trágico trance de pasar por el aro de la bragueta indeseada fuera un «spaghetti western», mandar a la horca a quien lleve un revólver porque se alegra de verlas, tomando prestada la genial caricatura de Mae West. Argento ha sido acusada de lo mismo que ella ha pregonado en tantas manifestaciones: abusar de un menor con ansias valiéndose del poderío de su apellido. Así, que la que clamaba contra Weinstein porque dice que la violó, se beneficiaba al parecer de un yogurín al que le llamaba «mi hijo» y con el que, además de hacerle una felación, consumó dos cópulas en una misma noche, según reza «The New York Times».

Habrá que dejar espacio para el beneficio de la duda, esa que ella no ha respetado en tantos nombres no sabemos si bien o mal manchados de escabroso líquido seminal. A esto nos lleva estas turbas que, sin llegar a las puertas de un juzgado, laminan las carreras de los Polankis de turno. El final de la sinrazón siempre es la injusticia. Claro que hay individuos e individuas que merecerían la castración química por el daño causado, hijos e hijas de mala madre, pero convertirse en magistrado cuando no se ha acabado el graduado escolar en leyes sólo nos lleva al martirio de la civilización o en ministra de Igualdad. Asia Argento además carga ya con el agravante de la hipocresía. Para dar ejemplo debería colgarse un cartel del cuello y pregonar su culpa por las avenidas de la fama de Hollywood en una muestra de la nueva revolución cultural.