Opinión

Una visión histórica

Nos estamos moviendo en una especie de retorno a tiempos pasados, dejando de limitarnos a los datos que proporcionan los documentos a fin emplearlos como argumentos políticos. Cuando el historiador repasa los sucesos desde la objetividad y no desde la memoria descubre aspectos que pueden ayudar a comprender las cosas nos gusten o no. Franco es ahora presentado por esos sectores ya que pudo conseguir la ayuda alemana como una especie de satélite del hitlerismo. Se olvidan por ejemplo que también el gobierno rojo que disponía de fuertes recursos económicos había, al comienzo de la guerra civil, hecho gestiones diplomáticas para que le fueran vendidas armas. Las fábricas alemanas estaban en condiciones de proporcionar mejores instrumentos que nadie. Tampoco se recuerda que fue Hitler quien en un intervalo de las fiestas wagnerianas tomo la decisión de aceptar la ayuda a Franco: no tenía dinero pero si yacimientos minerales esenciales para el rearme germánico. Y ahí estaba el que más adelante Göring llamaría botín de guerra. Con esas palabras y no otras.

Fue así como llegaron los cargamentos y también la legión Cóndor. Una ayuda que materialmente superaba la que procedente de la URSS y de Francia estaba llegando a la zona que a sí misma gustaba llamarse «roja». Pues bien ahí estaba el peligro: para alemanes e italianos la contienda civil pasaba a ser campo de maniobras que de mostrase su superioridad. Y no lo hicieron: Guadalajara no fue Abisinia y el 26 de abril de 1937, operando por su cuenta y a espalda del Estado Mayor, italianos y alemanes cometieron el execrable crimen de Guernica. Sperrle, el responsable de la operación, reconoció que un error táctico se había cometido: los aviadores equivocaron el objetivo señalado. Franco y sus generales se cabrearon: se trataba de un daño irreparable e injustificado que se repetiría otra vez en Barcelona. El Führer tuvo que hacer al menos un gesto entregando el mando de la Cóndor al barón de Richthofen, sobrino precisamente de aquel Barón Rojo que fuera el héroe de la primera guerra mundial. Richthofen, como el almirante Canaris y otros militares, aunque ocupaban puestos de relieve, no compartían ni los rigores del nacionalsocialismo ni los empeños del Führer en favor de la guerra. Canaris, encargado por la Abwehr de las relaciones con España, recomendó a Franco que evitase el riesgo de entrar en guerra. Apoyo que el Generalísimo agradeció. Tampoco es posible olvidar el papel desempeñado por el duque de Alba que se instaló en Londres donde como correspondía a un Stuardo podía entrar en la Cámara de los Lores y ser huésped particular de Churchill antes incluso de que se establecieran relaciones diplomáticas. Son datos que la memoria histórica no debería olvidar. Como tampoco que cuando en agosto de 1938 Hitler pone en marcha su plan de expansión reclamando el territorio sudete, el Generalísimo español, a quien complacía que calificasen de Caudillo sin advertir que esto aproximaba a los títulos del Eje, desde su puesto de mando en la batalla del Ebro, que iba a decidir el conflicto español, envió a todos los países con los que tenía algún contacto diplomático una seria y breve nota: España no participará en la guerra que se avecinaba. Hemos llegado al punto clave: se comprende bien la cólera del Führer.

En noviembre de 1938, cuando ya habían comenzado las operaciones en Cataluña, el barón Richtofen «de superior graduación y fama», referidas a sus antecesores, tomaba el mando de la legión Cóndor ampliada en sus medios con instrucciones precisas de Göring: allí estaba el modelo de la Fuerza Aérea y había que imponer a los victoriosos nacionalistas reconocimiento de la amplia deuda que generaban los servicios e instrucciones. El Gobierno alemán ya tenía señaladas las empresas mineras que se disponía a aprovechar. El conde de Magaz, embajador español en Berlín, decidió organizar un banquete de despedida a aquel gran héroe que volvía a la Península. Alemanes y españoles se sentaban juntos en la larga mesa. Richthofen se fue de la lengua haciendo alarde de las entrevistas que acababa de celebrar con el Führer y con Göring, a quienes había encontrado especialmente dolidos por la declaración de neutralidad en las horas amargas de Munich. Magaz, siguiendo las instrucciones recibidas, había tratado de calmar los ánimos diciendo que la declaración de neutralidad solo buscaba tranquilizar a Francia evitando por su parte una intervención, pero los alemanes no le creyeron.

Richthofen explicó que el Führer había dicho con claridad que «no confiamos en el catolicismo de Franco». Creía que el franquismo naciente, cuya victoria daba por segura, estaría influido por Roma y por consiguiente no se hallaba en condiciones de entrar en el nuevo orden europeo. Retorno al catolicismo y a la influencia británica como se le estaban dando a conocer por sus representantes eran para él un verdadero acto de traición. Según el aviador, el Führer había concluido su juicio refiriéndose a la persona de Franco: «Es ist eine Schweinnrei aber das konnten di Arme kerlema cen?» El embajador suavizo la traducción diciendo «es una porquería, pero ¿qué otra cosa pueden hacer los pobres?». Textualmente significaba: «Es una cerdada pero ¡qué pueden hacer los pobres diablos!» Quedaba fijado el camino.

Podemos suponer y así lo acreditan las notas que han sobrevivido que desde 1938 Franco se encontraba en una senda sin opciones: si los aliados ganaban la guerra, seguramente restablecerían a la república, pero si lo hacían los alemanes, él sería despojado de sus funciones para poder establecer el nacionalsocialismo. Es una disyuntiva que los historiadores debemos tener en cuenta para comprender la paulatina evolución de un régimen que viviría tres etapas hasta que en 1959 se inició la transición hacia la Monarquía y la europeidad.