Opinión

Casado en su hora

Tuve ocasión de conocer al actual presidente del Partido Popular hace ya más de quince años, cuando Pablo Casado era un joven asesor de José María Aznar formando parte de la delegación que acompañaba al ex presidente en no pocos viajes oficiales de una etapa a caballo entre el «11-S» y el «11-M» marcada por la vocación atlántica de aquel gobierno y el buen tono político con George W. Bush. El círculo de periodistas que tuvimos el privilegio de cubrir profesionalmente esa etapa veíamos en el hoy líder popular a un discreto colaborador y discípulo de la más alta instancia en el Ejecutivo, lo que no le situaba precisamente en la necesidad de otros por engordar expedientes académicos o elaborar tesis doctorales para apuntalar una carrera política. Ahora Pablo Casado se encuentra ante su primer rubicón que marcará el ser o no ser de su futuro al frente de la principal fuerza política de nuestro país y tal vez de sus opciones reales de recalar en la Moncloa.

Entre su llegada triunfal a la presidencia del PP hace unas semanas y los primeros «miuras» electorales que aguardan a la vuelta de la esquina, se han colado de rondón la dimisión de una ministra socialista por plagio en su master y el revuelo a cuenta de la calidad y nivel de paternidad del presidente Sánchez respecto a su tesis doctoral, en un momento en el que la justicia tiene que decidir sobre si investiga o archiva un «caso master» de Casado que muy probablemente acabará en un «no caso» y que parece corresponderse solo lo justo con otros, empezando por las explicaciones públicas que sí ha dado reiteradamente el líder popular.

Tal vez por ello y como la estrategia política no puede ser ajena al ruido mediático, a veces cierta inquietud comienza a hacer mella inevitable en las huestes de los partidos y en el caso del PP tampoco son precisamente inmunes. Esa es, con independencia de su confianza en que no tiene nada que temer ni que ocultar, la gran tarea de Casado en esta que se presenta como su gran hora ante los retos inmediatos y que requiere de actuación al menos en dos pistas: la primera, la de un grupo parlamentario que debe tener la constancia absoluta, desde el primero hasta el último de sus 136 diputados, de que las manos se tienen totalmente libres y sin la más mínima atadura para hacer frontal oposición a un gobierno socialista que renquea por todos y cada uno de sus flancos. La segunda, en inevitable clave electoral y mirando ya había las convocatorias de comicios municipales y autonómicos sin perder de vista a lo que ocurra en Andalucía e incluso en Cataluña, elecciones todas ellas en las que se ventila nada menos que el poder territorial y en las que los primeros en jugársela son los futuros candidatos a alcaldías y gobiernos autonómicos, ahora más expectantes que nunca. Ambos frentes requieren de un elemento común que a decir verdad ha empezado solo regular y que no es otro más que la consolidación de Casado como jefe de la oposición con Rivera, ya saben, acechando para comerle el «donut» o levantarle la cartera.