Opinión

Elecciones, ya

«No nos vamos a ir», ha advertido Meritxell Batet en Gavá (Barcelona) en la fiesta socialista de la rosa. Este Gobierno, mal nacido y peor criado, se resiste a reconocer que así no se puede seguir. La arrebatada ocupación del poder, sin dejar institución o empresa pública sin tomar, ni títere con cabeza, era, como se ve, para quedarse. Tras saborear las mieles del inesperado triunfo, cuesta dejarlo. Es natural. No quiere exponerse Sánchez a ser desalojado tan pronto en las urnas y acabar en el basurero de la historia. Pero cada día que pasa se le complica más la acción de gobierno, que depende de unos socios indeseables, con los que tiene que ajustar cuentas a diario y que sólo buscan sacar ventajas de esta extraña relación. La política de apaciguamiento no ha dado resultado en Cataluña. Las constantes rectificaciones y los bandazos en política económica inquietan seriamente al mundo de los negocios.

Los principales indicadores empeoran. Se nota la desconfianza en el ambiente. Su fulgurante salida ha terminado, al cumplir cien días en la Moncloa, con sensación de fracaso. El presidente está personalmente zombi después de las acusaciones de plagio. Su autoridad moral y su pregonado afán de ejemplaridad han caducado. El cohete de colores ha estallado en el aire. Se aferra a la aprobación de los presupuestos como su tabla de salvación para evitar el naufragio. No lo tiene fácil. El intento de maniatar al Senado y a la Mesa del Congreso, con intervenciones de aspecto venezolano, el abuso de gobernar por decreto, las presiones al Tribunal Supremo para que suelte a los presos de la insurrección catalana, etcétera, son, para no pocos observadores, un peligroso e indebido asalto a las instituciones democráticas y al necesario equilibrio de poderes. No todo vale para aprobar «in extremis» los presupuestos. Desde luego no parece buen camino la reprobación de la presidenta del Congreso por oponerse a un desafuero.

Y, desde luego, no todo vale para congraciarse con Torra y los separatistas de Cataluña. Me parece que las numerosas declaraciones socialistas sobre los presos obedecen más a promesas políticas bajo cuerda que a razones humanitarias. Lo mejor sería salir cuanto antes de este desbarajuste con la convocatoria de elecciones, cuya exigencia empieza a ser un clamor. Es la única salida honorable que aún le queda al inquilino de la Moncloa. Los más sensatos de su partido, que no han estado en el último reparto, también lo creen así. Pero la fiebre del poder suele obnubilar la razón.