
Opinión
Su mejor victoria
Una victoria triste y dramática, pero la más grande de su extraordinario palmarés. Rafael Nadal ha ganado 17 torneos de «Grand Slam», entre París, Londres, Nueva York y Merlbourne. Creo que son 23 sus «Masters 1000». Medalla de oro olímpica; Copa Davis con el equipo español. Es el mejor deportista español de la historia de nuestro deporte. Y para colmo, un ejemplo de señorío, sencillez y simpatía. Elemento esencial y destacado de una familia ejemplar. Rafael Nadal, en España y en el mundo es un personaje querido y admirado. En mi caso, venerado. Cuando Rafa gana, me siento partícipe, y si Rafa pierde, me considero un gusano. Creo que sus derrotas las sobrellevo mucho peor que él. Me cae bien todo su entorno, y especialmente su familia. Los Nadal y los Parera. Las tres guapas, su madre, su hermana y su novia. Y sus entrenadores, su tío Toni y Carlos Moyá. El palco de los Nadal en los grandes campeonatos de tenis es una síntesis de educada armonía. Su gran rival, Roger Federer, otro señor inconmensurable del tenis, tiene un palco más antipático. A su mujer se le está poniendo cara de caja registradora y el resto no resulta simpático,muy suizo, siempre que no sea comparado con el equipo de Djokovic, otro genio, de muy áspero entorno.
Para mí, que el Rey le debe un título, y si me apuran, una Grandeza de España. Su padre, Don Juan Carlos I honró al seleccionador de España de fútbol, Vicente Del Bosque, con un marquesado. Me parece de perlas, pero se establece una diferencia que puede caer en el agravio comparativo. En el tenis, el que gana es Rafael Nadal, sólo en la pista, victoria del individuo, soledad contra soledad, mientras que el entrenador de un equipo de fútbol no mete los goles. Cuando Francisco Goyoaga conquistó el campeonato del Mundo de hípica, montando a «Quorum», se le tributó toda suerte de homenajes en España, y Goyoaga, que era otro grande y por ende, humilde, siempre agradecía los homenajes concediéndole al caballo el protagonismo principal. «Sin “Quorum” ni “Fanenköenig” yo no sería nada». Exageraba, claro, porque el gran jinete era él.
Pero todas las glorias alcanzadas por Rafael Nadal, han quedado en un segundo plano después de su gran triunfo. Como un vecino más, como una víctima más de los desastres que la naturaleza se inventa, Rafael Nadal, botas de goma, jersey embarrado, gesto de dolor y cansancio, formó parte de las cuadrillas ciudadanas que intentaron paliar la tragedia de Mallorca, la devastación de «Sant Llorenç», arrasado por un torrente inimaginable. Y abrió las puertas de su complejo deportivo, de su escuela de tenis, para que medio centenar de sus vecinos tuvieran el techo que el agua se llevó de sus hogares. Doce muertos se han contado hasta ahora, y aún queda un niño desaparecido. Y ahí estuvo Rafael Nadal, el gran campeón, como uno más, desembarrando las calles de «Sant Llorenç», consolando a los que habían perdido todo, ayudando a los más necesitados y ofreciéndoles su techo a cambio de nada, como era de suponer.
Creo que la imagen de Rafael Nadal entre el fango del pueblo arrasado por la torrentera, es la más clara y hermosa de su trayectoria deportiva y humana. No mordía la plata dorada de Wimbledon, ni la plata de Roland Garrós, Nueva York o Merlbourne, ni el oro olímpico, ni las réplicas de la Copa Davis, ni los trofeos de los «Masters 1000». Mordía de rabia y desesperación el barro que el agua enloquecida había dejado en un pequeño pueblo de su Mallorca. Un barro que llevaba con pesadumbre en su rostro, en sus manos, en sus botas y en su alma. El barro de un campeón insuperable.
No buscó publicidad ni protagonismo. Su imagen se confundía con la de sus paisanos, todos embarrados y sujetos al agotamiento. A partir de ahora, esas botas embadurnadas de fango merecen tener un lugar preferente en la vitrina de sus mejores trofeos. El recuerdo triste y dramático de su mejor victoria.
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