Opinión

El dogma del necio

No veo «Operación Triunfo». Nulo interés, aunque eso no me hace pedir que lo quiten. Nunca pensé que escribiría sobre este programa, excepto para expresar mis dudas de por qué una televisión pública financia la educación musical de unos aspirantes a cantantes, por qué nuestros impuestos pagan las pretensiones musicales de unos jóvenes cuando hay familias que no pueden sufragar las aspiraciones académicas de sus hijos. Pero el tema es otro, una anécdota, lo que ya lo define bastante. Una concursante quiso quitar la palabra «mariconez» de una canción de Mecano por considerarla ofensiva, algo que su autor no permitió. El problema no es que crean saber más que nadie, un conocimiento adquirido por ciencia infusa. El problema es que no leen, no escuchan, no estudian, no han salido al mundo (y no hablo de viajar), y eso les impide contextualizar aunque no criticar. Creen tener una opinión argumentada cuando lo que tienen es el impulso borreguil de lo políticamente correcto, aquello de Ricardo León sobre que el lugar común es el dogma del necio. No quiero ni pensar cuando vayan al Museo del Prado o asistan a una exposición sobre Auschwitz, lean «Orgullo y Prejuicio» de Jane Austen o «Lolita» de Nabokov, o sepan de «Otelo» o de «Fedra». No vamos a ganar para desfibriladores. Hace meses, algunos colegios estadounidenses (ese país donde prohíben libros antes que armas) prohibieron novelas como «Matar a un ruiseñor» o «Las aventuras de Huckleberry Finn”. Vetaron a Harper Lee y a Mark Twain, pero no dijeron nada de prohibir la pena de muerte o de votar a indocumentados racistas y xenófobos.

Y luego dicen que la incultura no tiene consecuencias.