
Opinión
Sombra aquí, sombra allá
Llega el día de Todos los Santos, y el tema de la muerte se sienta a nuestra mesa –por aquello de la tradición de los dulces–, o llama a la puerta –«¿truco o trato?»–. La Parca suele asustar a propios y extraños. Es un tema del que no queremos hablar aunque, al final, nos acaba alcanzando a todos. Literalmente. ¿Cómo queremos irnos al otro mundo? ¿Cómo nos gustaría que fuese nuestro último día en la Tierra? ¿Qué nos gustaría llevar en el alma al partir? No todos dejarán un bello cadáver. Algunos necesitarán mucho maquillaje para disimular lo que no se puede disimular, o sea, que están muertos. No obstante, por más maquillaje, o incluso «bótox» que se use, a la muerte no lograremos seducirla y tampoco nos concederá una segunda oportunidad. Para el físico existe maquillaje. Pero, en cambio, para el alma, no lo hay. Podemos ser feos por fuera o quedar mal en el momento de expirar el último aliento. Sin embargo, lo que de verdad cuenta al cruzar el umbral es la belleza del alma. Dado que «el final» existe, y que un día caerá el telón, más nos valdría vivir cultivando la belleza interior a base de cremas de felicidad, sérums de disfrute y mascarillas de risas y agradecimientos. Cada cual tiene sus creencias. Por eso, deberíamos dejar por escrito cómo queremos que se relacionen con nuestro traje físico una vez lo hayamos dejado atrás. ¿Queremos que lo maquillen y vistan como si nos fuésemos a ir a una fiesta? Si uno cree en Dios y en la vida eterna, la muerte es sólo un trámite para reunirnos con los ángeles y con otras almas que ya lograron tener sus alas antes que nosotros. Los indios nativos americanos honran el espíritu de sus ancestros, porque a ellos hay que agradecerles el legado que dejan cuando se van. No importa la religión humana, el alma sólo entiende de la propia alma. Disfrutemos de la vida en el aquí y el ahora. La vida es bella.
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