Opinión

La edad del voto

Desbrozando los análisis de las estimaciones de voto me he detenido en un aspecto que pasa excesivamente desapercibido: qué se vota según la edad. Las estadísticas nos cuentan que en los extremos puede estar la clave del presente y el futuro de Andalucía. Empecemos por los mayores. Las canas son una garantía para los partidos tradicionales. PSOE y PP -siempre con una ligera ventaja para los socialistas- tienen un seguro de voto en los mayores. Ellos representan el presente y expresan sus dudas sobre las nuevas opciones surgidas o relanzadas al albur del 15M ignorándolas. En una gerontocracia continuaría presidiendo el bipartidismo. La responsabilidad y la memoria de la democracia inexistente animan a esos 1,5 millones de andaluces a depositar temprano su veredicto los domingos que toca. Mirando un poco hacia abajo, asoma la madurez. Es donde se asientan las decisiones. En la vida y en las elecciones. Y es también la franja de edad donde se mueven todos los candidatos -entre los 38 años de Rodríguez y los 55 de Marín-, la que más votantes concita. En Andalucía, el conservadurismo es votar PSOE, y conforme se soplan velas, encuentra más adeptos. Como se abstienen menos, serán quienes pongan nombre al nuevo destinatario de la Junta. Más abajo, la juventud golpea pero sin fuerza. Su apoyo mayoritario es para Adelante Andalucía, con el doble de votos que el PSOE. Esa poderosa seducción podría interpretarse como el deseo de los “futuros” de esta tierra por encontrar un camino distinto al trazado hasta ahora. Con sus votos, el Parlamento invertiría todos los órdenes y dejaría al PP en último lugar. Pero los números siempre son espejismos y los jóvenes, minoría. No serán muchos los votantes de Adelante porque la desafección política -hartura en lenguaje no culto- provoca que casi la mitad de ellos no vote. Es la generación de los erráticos planes de empleo, de la Garantía Juvenil que solo les garantiza ser un número más en lista de espera, los eternos becarios de las universidades, los que ni estudian ni trabajan ni encuentran motivos para ilusionarse con cambios impulsados desde los gobiernos. Esa ínfima participación es la preocupante consecuencia que hay que medir y que coincide, casualidad, con el paro que soportan. Habrá planes mejores para un domingo de diciembre que tirar un papel dentro de una urna y dramas peores que cumplir los treinta sin haber firmado nunca un contrato de trabajo. Ese medio millón de hastiados otorgarían un gobierno.