Opinión

Es la economía, estúpido

El primero de los dos presidentes Bush ha sido un hombre querido en Estados Unidos aunque ya casi no se le recuerde. Llegó después de la muy popular Presidencia de Ronald Reagan, del que fue vicepresidente, y le han sucedido personajes más brillantes, Clinton u Obama, o más propensos a hacer titulares, su propio hijo o el estrafalario Trump. En su pobre eco en la memoria tiene una cierta semejanza con nuestro Calvo Sotelo. Ambos fueron políticos que no despertaron antipatías y que hicieron algo trascendente, Calvo Sotelo nos llevó a la OTAN contra viento y marea y Bush padre condujo con éxito y amplio respaldo de la comunidad internacional una coalición para meter en cintura a Sadam Huseim después de que éste invadiera Kuwait. Ambos han sido rápida e injustamente olvidados.

George Bush vino al mundo en el seno de una familia noble estadounidense, acomodada y de la crema de su Estado natal. Cuando sucedió a Reagan en momentos importantes de la política internacional, caía el Muro de Berlín y acababa la Guerra Fría, contaba con un rico bagaje en el campo exterior. No solo había sido vicepresidente, sino embajador en China y representante de su país ante Naciones Unidas. Pocos políticos habrán accedido a la Casa Blanca –ganó 6-5 en el voto popular aunque su partido perdió en las dos Cámaras– con esa experiencia.

Le sirvió cuando Sadam Huseim cometió el desliz de tragarse a Kuwait. Washington temía que el déspota iraquí pudiera controlar una parte importante del suministro de crudo a Occidente, pero no necesitó utilizar ese argumento para convences a la ONU del tamaño de la tropelía, resultaba suficiente el precedente que significaría permitir que un país grande absorbiese a uno pequeño por la fuerza. Mientras en su patria tenía dificultades para obtener la aprobación del Senado, que lograría, en la ONU se aprobaron una cascada de resoluciones que acababan autorizando la intervención en Irak. Justamente lo contrario de Bush hijo, consiguió una amplia mayoría en su Congreso, pero prescindió de la aprobación de la ONU al percatarse de que no la obtendría. Con el rápido desenlace de la intervención multinacional, la popularidad de Bush se disparó. Tuvo casi un 90% de aprobación. Nadie pensaba que podría perder la elección del año siguiente. La gente es olvidadiza, la Guerra del Golfo era historia, el país empezó a entrar en una suave recesión («it is the economy, stupid», surgió aquí), no estuvo demasiado inspirado o atento en sus debates con el belicoso Clinton y, como puntilla, se presentó un tercer candidato, Ross Perot, con un programa confuso, pero que conseguiría 19% de los votos, muchos de los cuales (efecto Vox) habrían ido a parar al republicano.

Bush padre fue apreciado internacionalmente, Gorbachef y Felipe González hicieron buenas migas con él, y su fracaso en la reelección mostró, como había ocurrido con Churchill, que no basta con ganar una guerra, las perspectivas económicas y el relato ante el público pueden ser más decisivos.