Opinión

Aristóteles y la clase media

Una de las claves conceptuales de la «Política» de Aristóteles –como de todo su pensamiento– es la moderación: especial mención merece, en el plano social, el papel de la clase media en la ciudad ideal que se esboza en una obra que sigue siendo de necesaria consulta para nuestros políticos. Si se quiere considerar su estructura, existe un primer bloque general que versa sobre los fundamentos de la sociedad, en el libro I, analizando la comunidad («koinonía») desde la familia con una justificación de la centralidad de la política para la naturaleza humana, entre otros aspectos. En el libro II se analizan las diversas constituciones mientras que el III contiene una teoría general del concepto de ciudadanía en el marco de los distintos regímenes políticos. Si el estado aparece como un ente natural, definido por su territorio, población y constitución, el ciudadano óptimo habrá de tender a la virtud natural que conlleva su vida cívica, como un hombre de bien, ocupado con preferencia por la política y el pensamiento libre. El «hombre de bien» –que así se puede traducir el «kaloskagathós» del griego– para el Estagirita ha de representar también un término medio dorado («mesotes») no solo en cuanto a la ética y la educación, sino también en cuanto al plano político y, especialmente, socioeconómico.

Otro bloque temático, desde el libro IV, presenta una evaluación de los diversos tipos de regímenes políticos, con especial atención a la democracia y la oligarquía, y sus aspectos económicos y sociales. Tras una primera defensa de la clase media como baluarte del estado, Aristóteles observa también las diversas medidas de estos regímenes con vistas a su conservación y la organización de los poderes en ellos. El libro V enfoca las situaciones de inestabilidad de los regímenes, las guerras y revoluciones («staseis») que conllevan cambios políticos. El objetivo del gobernante se perfila ante todo como la conservación de su régimen constitucional y la evitación de cambios en lo posible, por lo que el filósofo propone un estudio detallado de las causas que llevan a la mudanza de sistema político en los distintos regímenes. Al fin, el libro VI se dedica a la manera mejor en la que se pueden conservar la democracia y la oligarquía, proponiendo un estudio de sus rasgos e instituciones principales y abogando por un equilibrio político para la supervivencia del régimen preferido.

Finalmente, en lo que puede ser un último bloque, los libros VII y VIII versan sobre el sistema político ideal y su relación con el individuo: el énfasis, como en el caso de Platón, se encuentra en temas clave, como educación, ciudadanía y justicia, acaso de una manera más pragmática que en las obras políticas del maestro. Su proyecto analiza diversos aspectos en detalle, desde el tamaño y territorio de la ciudad hasta el tipo de ciudadanos que le conviene tener, los templos o murallas y los edificios públicos. Aquí es cuando se ve en especial el énfasis en el estudio social al hablar de las clases sociales en que debe estar dividida la ciudad y en los medios para alcanzar la felicidad general de la política. Destaca la formación del ciudadano en la virtud, a través de la educación de los jóvenes en una «paideia» marcada por la tradición y estructurada en gramática, gimnasia y música.

El pensamiento político aristotélico está marcado por la vinculación entre la consecución de la virtud humana («areté») que atañe a cada ciudadano en particular y la justicia y el bienestar colectivo de toda la comunidad política. El ciudadano ideal, hombre libre, virtuoso, de media fortuna y buen ánimo se esforzará en el cumplimiento de sus labores políticas en compromiso con la comunidad. Para ello, Aristóteles defiende con vigor la necesidad de contar con una clase media fuerte y estable, que actúe como columna vertebral de la «polis». La clase media, en consonancia con las ideas filosóficas del Estagirita, se perfila como la garantía de estabilidad, al evitar el predominio de los extremos, es decir, las facciones de la sociedad caracterizadas por su riqueza o su pobreza, y que para él albergan el peligro de tender a la siempre perniciosa discordia civil. La política aristotélica evidencia un elogio de la clase media, urbana y rural, basado en la experiencia de los regímenes anteriores. Ese ideario conservador se refleja en la citada idea aristotélica de considerar negativo todo cambio político, que hace de la labor fundamental del estadista evitar las mudanzas de constitución y proteger siempre el ordenamiento jurídico. La estabilidad era, ayer como hoy, la marca de los sistemas políticos duraderos y que funcionan: por ello, se nos previene sobre las reformas constitucionales a la ligera. También, y hay que tomar nota de ello, contra la destrucción de la clase media, como se ve últimamente en la presión fiscal y los padecimientos de nuestros pensionistas. Sin una clase media potente no se puede concebir de forma cabal un estado socialmente equitativo.