Opinión
Amigos íntimos, enemigos totales
Pedro Sánchez, en vísperas de participar en la cumbre del capitalismo en Davos, junto a Ana Botín (Santander) y Carlos Torres (BBVA) –todo en inglés, claro–, contempla, con una mezcla de regocijo y preocupación, el espectáculo, la implosión, de Podemos. Pablo Iglesias e Íñigo Errejón eran amigos íntimos y ahora son enemigos manifiestos, como explica alguien que se sienta en el Consejo de Ministros. «En política, ser muy amigos es muy complicado», añade, el/la mismo/a ministro/a ministra. No es nada nuevo. Ahí está Alfonso Guerra, a punto de publicar la segunda parte de sus memorias. Nadie vislumbró sus desavenencias con Felipe González y tampoco nadie imaginó que, en pleno siglo XXI, su jacobinismo confeso se granjeara la simpatía social de un centro-derecha que, sin embargo, nunca le hubiera votado a él, ni tampoco al PSOE y que ahora celebra la caída de Susana Díaz, que todavía no ha terminado porque Sánchez y los suyos no perdonarán. Amigos íntimos, enemigos manifiestos.
Íñigo Errejón podría estar en el PSOE, comenta otro/a ministro/a, «aunque él quizá todavía no lo sabe, pero lo barrunta». La implosión de Podemos, no obstante, preocupa a los socialistas y a sus estrategas. La debilidad del entramado podemita beneficiaría a los socialistas, «pero también puede ser muy negativa», apuntan los socialistas del aparato con el colmillo más retorcido: «Hay una generación joven –apuntan–, que puede abstenerse y renegar de Podemos, que no es más que un comunismo tuneado, pero que tampoco contempla votar al PSOE». Ese es el gran temor de Sánchez y los suyos, que se quejan de la facilidad del centro-derecha y de la derecha radical para unir fuerzas. Ha ocurrido en Andalucía, pero un precedente tampoco significa que sea una regla de obligado cumplimiento, ni mucho menos. Más habituales son las suspicacias sobre los amigos o los más cercanos. El desamor Iglesias–Errejón es el penúltimo ejemplo. Los ha habido históricos, como los de Guerra-González o Aznar-Rajoy, y no son exclusivos de la política. La historia de la banca y los negocios lo confirma, hasta el punto de que algunos prefieren prevenir antes que curar, como Ana Botín en el Santander con el fichaje abortado de Andrea Orcel como consejero delegado, que ya reclutaba un equipo propio y siempre ha presumido de «no tener jefes». Y es que suele ser mejor ponerse colorado una vez, antes que cien amarillo. Amigos íntimos, enemigos –totales– manifiestos.
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