Opinión

Nostalgia. Punto final

En 1978, don Juan Carlos y Doña Sofía saludaron a la viuda de Manuel Azaña. Ahora parece que Pedro Sánchez se propone ir, de campaña electoral, a visitar las tumbas de Azaña y Machado en Francia. Dos gestos de muy distinto significado, entre los que media una ley de Memoria histórica y el intento de exhumar los restos de Franco del Valle de los Caídos será, sin duda alguna, uno de los recuerdos que dejarán estos meses de socialismo. La Memoria histórica fue una operación para acorralar la «derecha» en una posición marginal. Para ello los socialistas contaban con esa permanente neurosis propia del centro derecho desde la Transición, y que le ha llevado a no nunca librarse de la sombra del dictador.

La consecuencia, sin embargo, ha acabado siendo muy distinta. No porque se hayan despejado del todo las inveteradas neurosis del centro derecha, sino porque buena parte de la sociedad no admite ya esa actitud. Así como el intento de secesión de los nacionalistas catalanes y la ruptura de la coalición del 155 han traído la afirmación pública de la propia nacionalidad, la Memoria histórica, constituida en un permanente insulto a millones de españoles, ha traído una reconsideración general del lugar de cada uno en la historia del siglo XX español. Y se está procediendo, en consecuencia, a una revisión del significado de esta.

Nadie, salvo los muy excéntricos, va a recuperar a Franco y su dictadura. Pero se ha derrumbado definitivamente la mixtificación que hacía de la Segunda República el mito fundador de la Monarquía parlamentaria. Al querer remover a Franco, lo que se ha movido también a la escombrera de la historia es la Segunda República. Y cuantos más gestos hagan los socialistas para rescatarla de ahí, como las visitas de Sánchez a las tumbas de Azaña y Machado –que no merecen esta manipulación–, peor será. Felipe González y el Rey Don Juan Carlos sabían algo de esto.

Así que el centro derecha se enfrenta a la tarea de dar cauce y representación a este nuevo estado de ánimo. No basta con la nostalgia de la Transición. Es mejor encarar las realidades morales como vienen y en este punto, como en muchos otros –incluido el del aborto– el PP tiene todo que ganar si se enfrenta a sus propios fantasmas.