Opinión

La señorita Marina

Si tienen ustedes que volar en Vueling y la compañía lleva retraso, recen para no encontrarse con la señorita Marina. Ya saben que volar no es lo que era, que dejó de ser una experiencia inolvidable hace mucho, y que ahora todo comienza con quitarse hasta la prótesis de cadera en el control de seguridad y acaba, tras mostrar el DNI, sujeto con los dientes, mientras contenemos el pánico a que nos retiren el equipaje de mano antes de llegar a la aeronave; pero es que dentro, también pueden pasar cosas. Como que el retraso ponga en peligro el siguiente vuelo operado por la misma compañía. Me ocurrió el miércoles pasado.

Abandonaba Gran Canaria, después de presentar mi novela y me encaminaba a Lugo, a otro encuentro literario. Me tocaba hacer escala en Barcelona para llegar a Coruña, más de cien kilómetros antes de encontrarme con mis lectores. Empecé a hiperventilar al verme en una fila de atrás y saber que, por la demora, solo dispondría de escasos veinte minutos en Barcelona, para alcanzar el siguiente avión. Así que le pedí auxilio a la sobrecargo. Pero ella, vete a saber si porque había tenido un mal día, no se movió ni un milímetro. No me cambió de fila para facilitar mi salida, no llamó a sus compañeros para que me esperaran, no me indicó la puerta del vuelo...

A la salida me sonrió con desdén, poniendo cara de madrastra malvada de cuento antiguo y le faltó apuntarme con el dedo y decirme: «No llegarás». Pero... lo hice, señorita Marina. Un colega corrió hasta el embarque y pidió que me esperaran, y sus compañeros, con mejor humor y mayor profesionalidad lo hicieron.