Opinión

Caen las morsas

La imagen del documental resulta pavorosa. Incapaces de descender, hipotecadas por sus más de 1.000 kilogramos de peso y su incapacidad para manejarse en los riscos, cientos de morsas caen al vacío por un acantilado. Habían trepado por las rocas para huir de la playa, masificada por la desaparición de los hielos donde tradicionalmente descansan y la necesidad de refugiarse en tierra firme. Cuando sus compañeras comenzaron a regresar al océano para alimentarse las escaladoras trataron de unirse. La escena acaba con una atónita sucesión de cadáveres reventados. Existe constancia de estos sucesos en el registro histórico, aunque nunca en proporciones tan bestiales. En opinión del Servicio de Pesca y Vida Silvestre de los EEUU, que reproduce la revista Atlantic, «lo más probable» es que el suceso esté relacionado con el calentamiento global. El viaje de los pinípedos hacia la muerte se superpone con la presentación de un gigantesco metaestudio de Naciones Unidas sobre la brutal crisis de la biodiversidad a escala global. El informe, de 1.500 páginas, alerta de la pronta extinción de más de 1 millón de especies animales. Lo más asombroso es la forma en que han sido acogidas tanto las imágenes de Netflix como el informe de la ONU. Los agoreros del apocalipsis no han perdido el tiempo para reclamar la vuelta de la humanidad a las praderas y/o a reivindicar el accidente nuclear de Chernobyl como única salida posible: en los alrededores de la vieja central, abandonados por el hombre, florece la vida salvaje. Luego están nuestros entrañables negacionistas. Gente ridícula, que concibe el drama ecológico como una mera coartada para solventar cuitas con los de la trinchera ideológica de enfrente. Gente exótica. Que no duda en equiparar las advertencias de la comunidad científica con el postureo agorero de un Al Gore o las histerias ególatras de Michael Moore. Como si los peligros que acechan el planeta, multiplicados por la industrialización, del calentamiento global a la erradicación de las selvas tropicales, la acidificación de los mares o las montañas de plástico que nos ahogan pudiera descartarse porque la niña sueca Greta Thunberg es insufrible. Es posible que el cantante sea un memo integral, pero su estolidez no invalida la excelencia de sus canciones. Con el agravante de que no hablamos de un disco o una película sino, más modestamente, de nuestra supervivencia.