Opinión

Creyentes tibios

En el juicio que se celebra en el Tribunal Supremo a cuenta de la sublevación nacionalista catalana, muchos, por no decir casi todos los testigos de la defensa –los convocados por los abogados de los encausados– «prometen» decir la verdad. Elegir la promesa en vez del juramento insinúa que se ha dejado atrás las religiones convencionales –en nuestro país, y en vista de los testigos, el catolicismo– y que se ha ingresado en esa esfera emancipada, por fin libre, donde la ética se rige sólo por la razón, la razón universal por más señas.

En realidad, el «prometer», dicho por quien va dicho en la sala del Tribunal Supremo, significa que estos supuestos ilustrados han cambiado una religión por otra. Y que en vez de profesar la fe de sus mayores, ahora profesan otra llamada nacionalismo, una de esas religiones seculares que traen la trascendencia a este mundo y dibujan un horizonte de felicidad para sus fieles.

La felicidad no es tanta, aducirán los encausados que están pasando buena parte de su vida entre rejas. Es lo de menos, claro está. Ahí, justamente, está la prueba de la verdadera fe y de cómo el nacionalismo realiza en modo sacrificatorio la alteridad absoluta encarnada en la nación nacionalista, en este caso la nación catalana. «Mártir» quiere decir «testigo».

Sólo el detalle de la promesa –es decir, su repetición previsible, como la de una ley inevitable– debería abrir los ojos de quienes confían en pactar con el nacionalismo. Estos no son creyentes de verdad. Son creyentes tibios. Los hay que se figuran –o lo fingen– que el nacionalismo es antes que nada un conjunto de ideas y de intereses abiertos a la razón, a la discusión y a la negociación. Y los hay que se imaginan que los nacionalistas, como les ha ocurrido a ellos mismos, han dejado de creer para vivir en ese relativismo donde todo es posible y tolerable. No es así, como ha comprobado una vez más el candidato al Senado Miquel Iceta.

Después de cuarenta años de adoctrinamiento y otros tantos de construcción de la nación catalana y de nacionalización de Cataluña, después de una sublevación como la de septiembre de 2017, la elites españolas siguen sin darse cuenta que aquí no hay tibieza posible y que con el nacionalismo no se pacta, ni se dialoga, ni se negocia y que sólo se le puede derrotar. Es fascinante.