Opinión

Carmena, no te vayas

La izquierda exquisita se pone en jarras en cuanto se le lleva la contraria. Existe una democracia plena cuando vence en las elecciones, y un pucherazo si las pierden, el sentimiento de que una panda de descerebrados ha pasado por las urnas y votado con los pies. Como en Eurovisión. Pedro Almodóvar, dolor y gloria, respiraba aliviado en el Festival de Cannes, donde se llevó, inmerecidamemnte, solo una palmada en la espalda. A cada corresponsal extranjero que se le acercaba le transmitía el mismo mensaje. Ya podía dormir tranquilo. No porque firmara su mejor película, que al cabo solo droga el ego. Era porque Sánchez había ganado las generales, y no las derechas cavernícolas, las mismas que le permitieron rodar todas sus películas de monjas yonquis y travestis con complejo de Edipo. Lo que viene siendo España mismamente. La última protesta que se recuerda de aquellos años en los que ser canalla enganchaba con cierto éxtasis de felicidad fue el estreno de «Yo te saludo, María», un somnífero de Godard, en los cines Alphaville. Revisaban los bolsos del personal, que llevaba petacas con vodka y salía borracho de misticismo. Parecía una «perfomance» de ARCO con las Costus de «drag queens» cuando aún las «drags» no existían. España no era una y grande, pero sí muy libre. Muchos de sus filmes hoy no podrían exhibirse y no porque lo impidiera la derecha malvada, sino el biempensante progresismo. Quisiera conocer qué opinan las feministas de nuevo cuño sobre la escena de la violación de «Kika», o de la prostitución consentida de uno de los hijos de la protagonista en «Qué he hecho yo para merecer esto» que tanta hilaridad provocaba en las salas.

Aquella euforia del 28-A, que dejó a la masa conservadora lamentándose en silencio en su casa, se convierte ahora en el llanto público por la muerte política, o eso parece por el momento, de Manuela Carmena. En las redes se convoca una manifestación para el próximo sábado, jornada de Champions, frente al palacio de Cibeles, para rogar, ora pro nobis, que la alcaldesa siga en su puesto. No se acierta a comprender qué parte de las papeletas escrutadas el domingo no han entendido. Los madrileños han mandado a Manuela a hacer magdalenas en su casa y, de paso, que cierre la emisora de radio que en este tiempo ha gastado cinco millones de euros de nuestros bolsillos mientras continuaban los desahucios. Quizá sea un argumento demagogo a la altura de las pesadillas de los nietos de la ira.