Opinión

La revolución del odio

La revolución de las sonrisas demostró que está en forma. El buen rollo reinó por doquier y el mundo independentista aceptaba sin pestañear la democracia en todos los consistorios. Respeto y diálogo eran las esencias que se respiraban en los salones municipales, donde los ediles podían expresarse libremente y formar los gobiernos que consideraran convenientes. Fue una jornada totalmente normalizada, en la que las sonrisas se imponían en todos los rincones de la geografía catalana.

Las demostraciones de buenrollismo son dignas de comentar. El eurodiputado de Ciudadanos Jordi Cañas fue atacado por la espalda y le dejaron su traje jaspeado de pintura amarilla. En Sant Cugat, los insultos, improperios y algún empujón, pusieron la guinda al cabrero de los de Junts per Catalunya por perder la alcaldía. Sus enemigos los de ERC, que habían tenido la desfachatez de pactar con los socialistas, con los del 155. En Santa Coloma de Farners, la alcaldesa de JxC, entre sollozos, rompía su pacto con los socialistas y se unía a ERC por la unidad independentista, tras las presiones de Torra.

En su pueblo natal no se podía poner en duda que la utópica República Catalana estaba por encima de los intereses de sus ciudadanos. Su hermana se encargó de retirar el cuadro de su hermano, president visionario, para boicotear a la alcaldesa, que a esas horas, todavía se resistía a los designios del «muy» activista presidente de la Generalitat, que no de la República. Que se sepa no fue sancionada por retirar un cuadro del Salón de Plenos del consistorio.

La fiesta se repitió en Figueras, en Sabadell, donde la vejada fue la concejal de Podem que dio la alcaldía a los socialistas, y en numerosas ciudades donde el independentismo, con la sonrisa guardada en un bolsillo, quería imponer su voluntad. Una voluntad quebrada por la división interna. Fue curioso oír eso de «respetar la lista más votada» por parte de JXC y ERC, en función de quién era la lista más votada en cada municipio.

En Barcelona se puso la traca final. Un escrache en toda la regla contra Colau, Valls y Collboni por no «respetar la lista más votada». No pensaron así en Lérida, Vilanova i la Geltrú, o Tarragona donde no dudaron en aliarse para alcanzar la alcaldía en detrimento de «los del 155», los socialistas. Insultos de «calado amistoso» como «traidora», «puta», y un sinfín de improperios dieron cobertura al lanzamiento de algún objeto. Suponemos para que golpeara «democráticamente» a Colau o Collboni, objetivos del descerebrado valiente que se valió del anonimato para hacer su machada, democrática claro, y que se salvaron por los pelos.

El sábado, la revolución de las sonrisas mostró su otra cara, la del odio, la que considera al adversario como enemigo. Al que se le vapulea, se le insulta, se le agrede, y se le amenaza a voz en grito. No es violencia, seguramente, pero sí es acoso para amedrentar a los discrepantes. Lo más sangrante es que la víctima más evidente es la alcaldesa del pueblo de Torra, una operación de éxito, de acoso y derribo. Tras la constitución de los ayuntamientos, quién se atreverá a decir que en Cataluña no hay una fractura social.