Opinión
Cuestión de ética
«Todo lo excelso es tan difícil como raro». Con esta frase acaba Spinoza su «Ética», una de las obras que están en la cumbre del pensamiento universal. En ella este judío errante de origen ibérico disecciona milimétricamente mediante proposiciones, escolios y corolarios la naturaleza y las dimensiones del ser humano, desde Dios, que es el fundamento de todo, y nuestros afectos y miserias a la necesidad de felicidad que hay en el corazón del hombre. Ponía tan en entredicho el pensamiento de la época que Spinoza tuvo durante años el original sobre su mesa, constantemente corregido y aumentado, sin atreverse a publicarlo. La «Ética demostrada según el orden geométrico», que así se llama, fue publicada por fin, clandestinamente, por sus amigos cuando murió el autor y la obra contribuyó decisivamente a alumbrar la Ilustración.
Ahora acaba de aparecer una cuidada edición en castellano (Escolar y Mayo Editores) a cargo de Atilano Domínguez, el principal especialista español y una autoridad mundial en la materia. Aparte de los índices minuciosos y la numeración de la edición crítica de Gebhardt, el profesor Domínguez aporta una introducción sobre el autor y su pensamiento, que resulta una guía imprescindible para el lector desprevenido.
En estos tiempos de pensamiento débil o líquido, cuando no de ausencia total de pensamiento, es estimulante encontrarse en las librerías con la «Ética» de Spinoza, debidamente contextualizada y puesta al día, y poder tenerla a mano sobre la mesa disfrutando de sus lecciones para poder olvidarse uno un rato del ruido de fuera. Basta asomarse a las redes sociales para asistir a la exhibición incontrolada de la estupidez humana y de las pasiones más sórdidas. También de la pasión política y, en general, de la ambición, que él define como «el deseo inmoderado de gloria».
Uno de los asuntos más inquietantes de nuestro tiempo es seguramente la percepción de que los impresionantes y acelerados avances tecnológicos y materiales no van acompañados del correspondiente avance del pensamiento ético. Y menos aún del desarrollo espiritual. Así que volver los ojos a pensadores como Spinoza, gran impulsor de la modernidad, incomprendido por los poderes religiosos y políticos de su tiempo, no está de más. Y eso, sabiendo de entrada, que todo lo excelso es difícil y tan raro que choca de frente con la frivolidad reinante. Es cuestión de ética hacer un esfuerzo de comprensión. Él lo dejó claro. «Me he preocupado sinceramente –dice en su “Tratado político”– de no lamentar, detestar o reírme de las acciones humanas, sino de entenderlas». Tiene mérito. ¡Menuda lección para todos nosotros!
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